He de reconocer que las jornadas de pesca otoñales
me producen unas sensaciones especiales, será el anhelo de desechar los calores
estivales, esos tórridos y asolados días en que el rio parece inerte, carente
de vida, acaso desemperezamos esa sensación al caer el telón diurno con un breve
momento en que nuestras queridas truchas se ceban tímidas.
Pero el estío da paso al otoño con las primeras
lluvias y las bajadas de temperaturas y los arboles del sotobosque de ribera
tiñen sus hojas de ocres, amarillos y tejas.
En las aguas también ocurren cambios, durante
el día en todo o en parte se producen eclosiones de insectos que activan a sus
depredadores, vemos lavanderas boyeras danzar acrobáticamente en pos de los
insectos que se elevan de las aguas.
Vemos gráciles pajarillos despegar de sus
ramas vigías y lanzarse al centro del rio en pos de efímeros insectos.
Al fin y más ansiado por los mosqueros, vemos esas ondas delatoras de las truchas tomando los insectos que derivan por las aguas.
Al fin y más ansiado por los mosqueros, vemos esas ondas delatoras de las truchas tomando los insectos que derivan por las aguas.
El mosquero en la creencia de conseguir engañar a
las truchas se vuelve osado, vadea aguas profundas intentando acercarse a la
lejana cebada o atraviesa fuertes
corrientes para pescar de punta la colada donde la trucha ávida come segura.
Atamos a nuestros terminales los últimos montajes
realizados, aquellas recetas mágicas, aliñados con los materiales más
insospechados, montajes en su mayoría de pequeño tamaño que el viejo mosquero de
vista cansada ya solo los ve por la ayuda de pequeños toques de colores
saltones.
-Pero más sabe el diablo por viejo que por diablo-
Y el viejo mosquero recuerda las posturas donde
antaño tuvo encuentros con lobas del rio.
El caminar por el rio torna lento y
sigiloso, no es momento de buscar chorros donde derivar rápidas moscas, sino buscar
cebadas por aguas medias, donde la trucha se aposta en vena de comida siempre teniendo cercano el perdedero, el escondite, bien el árbol caído, la
roca sumergida, la orilla solapada o la capa de ovas.
Sea como fuere buscamos ese nadar sinuoso a medias
aguas o la cebada delatora y, tras ello
no queda sino la acción mosquera.
Tenemos que ser efectivos en el lance, minimizar los
falsos lances, colocar la mosca con precisión en el punto optimo para que una
natural deriva haga pasar nuestro engaño
por el campo de acción de la pintona, no hay lugar para errores,
es el momento de aplicar lo que sabemos y hacerlo con certeza.
Si hemos sido capaces de hacer todo bien, que ya
es mucho hacer, la trucha tomara la imitación que la ofrecemos, subirá a la
superficie, abrirá sus fauces y tomara rápida y cierta nuestra mosca.
Hora es del momento crucial, de efectuar la clavada
segura, de tensar y recoger línea en una lucha ten con ten con el rival, cruce
de caminos donde todo juega pues si al buen hacer no acompaña Fortuna, diosa de
la suerte, puede trocar alegría en sinsabor.
Mas como somos buenos mosqueros que no fallamos
clavadas (y si las fallamos optamos por omitir en público) queda el disfrute de
la lucha del oponente, de los saltos y arreones de tan bravo rival que tenemos
que doblegar, arte éste en que no todos somos duchos, empero nuestra querida
pintona está en desventaja, el mosquero amen de su fuerza se ayuda de
herramientas y éstas entran en juego con toda su potencia, y la fina pero dura
vara azabache se comba amortiguando y agotando los esfuerzos, el carrete toma o
suelta línea según la necesidad y a la postre doblegamos la fiereza y bravura y
conseguimos atraerla a la malla de la sacadora.
Tratémosla con el respeto que se merece, un
desanzuelado lo más rápido posible manipulándola con brevedad, acaso tomamos
una rápida fotografía para devolverla de nuevo a su hábitat con la mínima lesión,
quien sabe si el futuro nos deparara un nuevo encuentro con ella.
En mi caso tras el lance queda una placida satisfacción,
normalmente me deleito recordando el
lance ocurrido al tiempo que observo el entorno que me rodea escuchando el
fluir del agua y haciéndome uno con la naturaleza, momentos de regocijo que si
te encuentras solo paladeas placentero y si lo es en compañía del amigo
mosquero estrechas un apretón de manos y comentas impresiones, sea la una o la
otra la satisfacción es grande.
Llego el otoño, llegaron de nuevo las cebadas y las
truchas, esas bravas lobas del rio padre dieron la cara, muchos lances, los
unos certeros, los otros fallidos, mas al final de la jornada, cuando cansado
caminas por la empinada y tortuosa trocha al alimón del compañero la sensación
de placer es importante, el placer de la pesca a mosca.
Forja de mosqueros.
LasmoscasdePaco.
Wonderful water and beautiful fish.
ResponderEliminarHola Paco, la verdad es que pescar en los comienzos del otoño es muy un lujo. Un abrazo Mario
ResponderEliminarHola Mario. Pues si, es uno de esos pequeños tesoros por los que vale la pena luchar. Saludos
ResponderEliminar