De Ríos y de Truchas. Y de Pesca a Mosca. Y de amigos mosqueros.

Aquí se plasmarán todas esas ideas, sensaciones y vivencias de un pescador a mosca y de su grupo de compañeros.

Su finalidad es tratar de inculcar que la pesca a mosca puede llegar a ser una forma de vida.

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Competición NO..... Gracias.

jueves, 29 de diciembre de 2011

LAS ROCHAS ENTRE LAS BRUMAS DEL RECUERDO.

          Fin de año, de alguna manera casi todo el mundo lo celebra, fiestas, alegrías, descorches de cava y demás.
Aunándome a ello y cual traca navideña de fin de año, es un honor para mí publicar un relato muy especial. Tanto por el lugar que el relato muestra como por la persona que relata, a quien profeso admiración, cariño y respeto.
Para todos vosotros, desempolvando el baúl mas arrinconado en el altillo…
Eran otros tiempos……

LAS ROCHAS ENTRE LAS BRUMAS DEL RECUERDO.

La destartalada moto que me llevaba pleno de ilusiones hacia el Alto Tajo, aquella añorada DKW de 500 cc., se convertía en una alocada bailarina cuando iniciaba el descenso por el tramo de Los Senderos. La carretera lo era sólo en el nombre, porque más parecía un camino de cabras que otra cosa, algo que empeoraba cuando estaba lloviendo. Más de una vez, cargada con toda la impedimenta, nos hacía rodar por el suelo a la caña de bambú y a mí. Pero era muy porfiado y, costase lo que costase, tenía que alcanzar el Paraíso (se entiende: de aquel entonces)

Había visitado Peralejos varias veces antes, siempre con éxito creciente, y me refiero al hecho de ver abundante cantidad de truchas y cangrejos, que no al personal triunfo como pescador, algo que sigo intentando hoy sin conseguirlo jamás. Pero aquella vez, días posteriores a intensas lluvias, el padre Tajo venía como puro chocolate y era de idiotas intentar pescarlo. Llevaba tienda de campaña, pero pocos ánimos para instalarla, así que busqué una fonda en el pueblo. Corría el año ¿1954? y no había ninguna aun, de no ser la de una señora viuda que arrendaba una habitación ¿? en una casita que estaba cerca de la entrada “principal”, y allá que fui.  Aunque yo era un pobre estudiante de no se sabe qué cosa, mi estipendio mensual de 200 pesetas me permitía ahorrar para poder pagar las 15 pesetas que la Viuda me cobraba, incluido el desayuno y un bocadillo de queso y chorizo… 


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Pensaba pasar varios días allí a la espera de que se aclarara la zona del Martinete, pero la suerte me vino a ver: en una animada tertulia con varios pescadores del Pueblo estaba Félix, el cabrero que años más tarde se suicidó tirándose desde la Peña de La Vieja, y fue él quien me aconsejó que subiese hasta Las Juntas y pescase el tramo posterior, asegurándome que allí las aguas ya estarían limpias. Me gustó la idea de conocer el Tajo oculto, del cual nunca había oído hablar de no ser en aquella tertulia de la Fonda, pero el problema era llegar.

Acceder caminando era posible (esos pescadores lo hacían alguna vez) pero llevar a cuestas la tienda, el saco y los trebejes de pesca no era muy halagüeño. Por suerte, o por desgracia como ahora veréis, Félix se ofreció para guiarme y para pescar junto a mí. Si digo por desgracia es debido a que el buen cabrero no paró de gritar y moverse de la moto a cada tramo peligroso.

-“¡Espera, espera Bambú! Me bajo y pasamos la “amoto” entre los dos…”

El camino pasaba entonces directo a la ermita del Pueblo, y la subida hasta coronar el cerro que abriga esa ermita era de pesadilla. Quizá por eso se santiguó Félix al pasar delante de ella. 

Otras veces le oía decir entre dientes, “Virgencita protégeme”, pero finalmente llegamos a las Parideras, lugar en el cual, aun hoy, se inicia el fuerte descenso a la Central del Hoceseca. Profundos surcos, piedras enormes arrastradas por el agua, chaparros con las ramas dispuestas de tal manera que nos arañaban la cara, en fin, aquello era peor que bajar por el monte, pero lo conseguimos sin más percance.


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Llegados a la vieja Central, salió a recibirnos un grupo de niños, hijos de las dos familias que allí vivían como empleados de la Central. Me asombró ver en ese paraje solitario a esos niños tan alegres y serviciales. No hacían más que mirar la “amoto” y preguntar la manera en que habíamos logrado bajar:

-Nunca ha bajado ningún coche o moto por esa senda…-

-¿Y cómo piensan subir?”-

Buena pregunta que yo también me hice, pero antes teníamos que pescar. Al poco salieron los padres de las criaturas y comenzamos a conversar sobre la pesca, el camino, el tiempo… Desde aquel día, y por muchos años, aunque hoy me parezcan pocos, esas dos familias que allí vivían habrían de ser mis hospedadores, por sólo 15 pesetas al día, pero con dos comidas y desayuno. ¡Qué derroche!

Pedro, uno de los empleados de la Central, también era pescador y le faltó poco para coger su caña y su cucharilla. Algo protestó su Señora, pero él ¡¡ ni caso !! 

Y allá que fuimos por la senda que conduce a Las Juntas, para luego seguir por otra que baja hasta el estrecho del Moreno y, atravesando el Tajo, continuamos hasta las Rochas Altas. Debo advertir que en aquellas épocas no existían vadeadores, por lo cual pescaba en pantalones aunque el agua llegase al cuello… Al principio era terrible la impresión del agua fría, sobre todo cuando se alcanzaba el nivel de los teleguendengues, pero al rato se acostumbraba uno y nada ocurría, de no ser algún ataque de tiritera al llegar el sereno, pero así era. Y los tres amigos pescamos juntos.  Resalto el asombro de ellos ante mi "arte de pesca", nunca antes visto:


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-“¡Huy! Eso debe ser muy bueno para cuando en las tardes las truchas “saltan” en las tablas”- decía Pedro.

Más acertado en el juicio fue Félix, en parte porque pescaba con una larga vara, un trozo de “soga” a modo de sedal y un saltón en el anzuelo, sin más nada. Realmente pescaba de la misma manera que yo, a mosca seca, pero natural.
Cuando lancé sobre una trucha que tomaba en un salto de agua, se quedaron perplejos:

-¿Pero cómo haces que vuele esa mosca sin peso?-

Félix comprendió el adelanto y quiso aprender a pescar igual, pero el problema era la adquisición del equipo. Prometí ayudarle y hasta probamos a lanzar la línea con su vara; no estaba muy mal a cortas distancias, algo sin importancia dada su manera de pescar con tan sólo un aparejo de la longitud de la caña.

Pasados unas semanas, le traje una línea algo vieja, pero que aun servía. Nunca he sabido si la llegó a emplear o siguió con su veterano sistema de vara. Lo que sí puedo decir es que era un maestro y un respetuoso pescador con las truchas; nunca pescaba en el desove, ni mataba truchas chicas, pero las grandes…

Le dije el tesoro que significaban para el río esas grandes damas, lo mismo que sus más grandes cabras eran las que mejor prole le daban. Lo entendió y me dijo, moviendo la cabeza:


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-“Somos los hombres los que matamos y nos matamos… ¿Sabes, Bambú? Esas truchas que tratas de proteger, me dan algo de dinero para vivir, o las cambio por comida en el pueblo.

-Pero seré mejor con ellas.”-

Con los años, y siempre que pescábamos juntos, le vi no clavar a las grandes, grandes, algunas de las cuales me las mostraba sólo a mí con justificado orgullo. 

Su fin triste me dolió profundamente y no lo he olvidado nunca; no entiendo su decisión de tirarse por la tristemente célebre Peña de La Vieja; quizá su soledad, quizá saber que estaba enfermo y que debería “encerrarse” en la cárcel de un hospital, como alguna vez me comentó con temor. ¡Quién sabe! Fue un buen amigo y un buen hombre.


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Retomando la narración, aquel primer día de las Rochas Altas me quedé irremisiblemente enamorado de ese lugar recóndito y, aun hoy, poco frecuentado.

Nunca antes había visto esas enormes manchas de cardúmenes de truchas, y menos su bravura y poder. Estaba decidido: ese sería “mí” río, el río que habría de enseñarme los secretos de “ellas”, sus maneras de vivir y de pensar; en fin, a Pescar Con Mosca sin destrozar un Santuario, un Templo de los Tiempos.

No hay que decir que ese lugar se convirtió en mi obsesión, en la Meca de mis salidas, en mis huídas del mundo. Semanas y hasta meses llegué a pasar vivaqueando en mi tienda de campaña, perdido en las Rochas Bajas y Altas, o en el fecundo Hoceseca.

Al principio maté muchas truchas, no debo ocultarlo porque esa confesión me libera un poco de los remordimientos que hoy siento por aquel destrozo, de la misma manera que lamento los animales que asesiné cuando era cazador, pero el Río me enseñó el respeto a la Vida, a nuestros hermanos los demás seres sensibles y hoy soy una persona distinta a la de ayer. Dicen que forma y figura hasta la sepultura, ¡mentira! No soy el de ayer, años luz me separan de aquel gilipollo simplón.


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Por lo anterior algunos amigos decían, con justicia, que cuando deseaban verme iban a las Rochas: “allí nunca falla”. Y si regresaba a la ciudad era para ver a mis viejos, o para dar un apretoncito a mi pobre novia (¿qué habrá sido de ella?) o para hacer un examen en la Universidad, ni que decir tiene de resultados catastróficos.

  Pero, decidme, “Compañeros del Alma, Compañeros”, ¿perdí el tiempo? 

Si perder el tiempo lo consideráis estar sumido entre avellanos, tilos florecidos, madreselvas, aguas brillantes y truchas recelosas lo consideráis eso, perder el tiempo, pues sí, he perdido el tiempo, pero doy gracias al Dios del Río, “nuestro Dios particular” al decir del Profesor Bacterio, por haber perdido ese tiempo.

La cochina pena es, sencillamente, no haber perdido muchos más años en aquel Santuario.

-¿Y hoy, qué le pasó al Río?-

Mejor lo sabéis vosotros, los pocos que aun os perdéis en aquellas soledades.

Sencillamente: llegaron las turbas de los deportistas hambrientos, con sus sanguinolentas cestas de miniaturas vergonzosas (¡hasta se pagaban la pensión con su venta!) y los abominables pescadores estrella, hijos de la no menos odiosas federaciones buscando medallas y no sé cuántas tonterías más; llegaron las nuevas presas (ilegales) con su carga de corrupción y saqueo; llegó, en fin, el tan cacareado progreso, los gestores seleccionados a dedo, tan incultos que no sabían que una trucha tenía pintas naranjas, pero sí estaban preparados para destruir ese Alto Tajo con sus repoblaciones cisternarias y sus talas mal establecidas.

La pena que sentí por esas cosas me hizo volar a tierras lejanas, creyendo que “acá” los ríos, los lagos, las truchas y salmones podían estar a salvo de tanta mierda general. ¡Vana esperanza! También acá han llegado los mismos de las minicentrales del Tajo, hoy más ricos y destructores que en el ayer. Pero la diferencia con “allá” es que hay un Pueblo despierto que lucha por conservar lo suyo y que no me amenaza por defender la pesca sin muerte y contra los poderes facticios. 


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En la Serranía, en el Alto Tajo, también habéis aparecido vosotros: 

Primero fue mi querido "Pequeñín", el Caenis, seguido por el sabio Profesor; fueron los adelantados que se llevaron casi todos los palos por defender ese Patrimonio Natural ante la incomprensión general, sin olvidar al Ingeniero Jefe de Cuenca, el de las croquetas amasadas entre papel de plástico, asimismo  amenazado de muerte por los deportistas federados y furtivos oficiales, También se bate el cobre mi hambriento de aprender, Calambres… A ellos les debemos que hoy perduren las simientes que harán el milagro de devolver el Santuario a su Dios, el Río, el Rio Padre, el Rio Tajo.

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Estamos en plena campaña del engaño neoliberal, del famoso Gobierno Mundial impuesto por el Capitalismo, pero no destruirán nuestra tierra mientras existan personas como vosotros y también como los Hermanos de “acá”.
¡¡ Duro con ellos !! 

Amén.

Bambú.



          Luis Antunez

domingo, 18 de diciembre de 2011

HISTORIAS MOSQUERAS…. “MISTERIOS” DEL “MISTERIOSO”…

Las largas y oscuras tardes de invierno dan para mucho.
Muchas tardes las paso montando moscas, arropado por el “quejio” de un Fandango del Alosno y al calor del aliento de mi amigo Jack Daniel´s y en solitario… o no tanto, acompañado de un fluir continuo de recuerdos, de gratas sensaciones compartidas por entrañables compañeros mosqueros.
No son recuerdos de mi propiedad, son de todos ellos y yo tan solo me atrevo a expresarlos uniendo con poco atino una palabra tras otra…




La noche fue de lluvia incesante, el amanecer no varió la sintonía. Un grupo de mosqueros habíamos quedado en encontrarnos a la vera del rio “Misterioso”. Entre ellos compañeros Conquenses.
-Paco, ellos no fallaran y yo por mucha lluvia que caiga no voy a ser menos-
Al llegar al rio, al punto de reunión veo que no he sido el único en no arredrarse.


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Una lona cubre un par de autos y deja en medio hueco para hacer un campamento donde mantenerse en seco. Bajo su refugio se encuentran Alex, Oscar, Pepe, Mariano y Edu.
-Venga, Paco, que te estamos esperando. Cámbiate y vamos a pescar.-
Dicho y hecho amparados bajo los chalecos impermeables nos repartimos por el rio.


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Llevaba a Edu por compañero, si mal no recuerdo en su primera visita al rio “misterioso”.
La lluvia producía goterones con pompas en el rio, yo lanzaba la mosca (un trico atractor) a las aguas movidas y las truchas tomaban sin recelo la mosca una y otra vez.


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El premio del día se lo llevo Edu, pescando un tramo de aguas profundas a ninfa capturo una preciosa trucha que fue la más grande de la jornada.
Llego Mariano.
-Estoy calado hasta los huesos, venga dejarlo ya y vámonos a secarnos-
-Espera, que me están picando-
Y consigo sacar una nueva captura de las aguas del rio.


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La lluvia, incesante arrecia. Edu y Mariano se refugian en lo posible bajo los árboles de la orilla y me apremian a dejar de pescar.
-Paco, déjalo ya, que nos estamos calando-
Pero las truchas siguen y siguen picando sin parar.
-Venga subir vosotros al campamento que luego subo yo.-


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Noto como me corre el agua por el cuello y se cuela por el pecho, los dedos están acorchados por el agua de lluvia, aún así sigo lanzando sigo posando la mosca y las truchas siguen abocándose a ella.


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Al fin dejo de pescar y me encamino al campamento. Allí al amparo del toldo mis amigos Raquel, Alex, Oscar, Gabi, José Luis, Pepe, Edu, Mariano preparan las sillas y mesas para tomar una merienda-cena.


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-Ya te vale tío. Vienes empapado, hace rato te esperamos.-
-Es que no dejaban de tomar la mosca, no he parado de clavar truchas.-
Sacamos la cocinilla, la sartén y churrascos, pancetas, choricillos y morcillas. Lo acompañamos de un buen tinto de Almudes y todo ello reconforta el cuerpo mojado y entumecido.


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Al fin, algunos de los compañeros marchan a sus hogares. Otros estamos dispuestos a seguir hasta que el cuerpo aguante.
Llega la noche, se encienden farolitos. Se siguen echando alimentos a la sartén y aparecen los “espirituosos”, orujitos Conquenses, licorcitos de Malta que nos entibian y alegran.


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La noche pasa en un suspiro a la vera del rio, cobijados en el campamento bajo el toldo y contando mil y una historias de pesca. Las truchas, las truchas capturadas en un pasado fueron creciendo de tamaño según transcurría la noche, de truchas palmeras pasaron a “barras de pan”, kileras, de capturas comedidas a “docenita y media”, todo entre risas, alegría y camaradería mosquera.


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Jornadas de pesca inolvidables.
Como inolvidables son sus protagonistas, un entrañable saludo a todos.


               LasmoscasdePaco.

martes, 13 de diciembre de 2011

DESDE LA TRAPANANDA PATAGONICA…

      Es para mi un enorme orgullo publicar un relato de uno de mis “maestros” de la pesca a mosca. Ni quito ni pongo comas, lo que os presento al menos para mi tiene un alto valor, que comparto y espero disfruteis…

PARA MIS LEJANOS AMIGOS EN UNA NUEVA TEMPORADA…


La primavera, a principios de noviembre, se presenta calurosa. Podría ser el anuncio de un verano extremo. 

Meditando así, sin tener un plan previo, empiezo a subir a la “van” los oportunos impedimentos: el saco de dormir, el “patito” con su inflador, las aletas, la caña con su chaleco, tan viejo como yo, la cámara de fotos, el trípode, la comida, el infernillo de bencina… Santo cielo ¡¡qué arsenal!!

Cierro mi cabaña, arranco el motor y me quedo sorprendido: ¿pero dónde ir? No lo tengo previsto; es igual, lo importante es caminar; cualquier lugar elegido reuniría las suficientes condiciones para proporcionarme unos días de ensueño…si el tiempo no cambia. En la Trapananda los cambios son tan rápidos como abrir y cerrar los ojos.





Bajo a la Ciudad para repostar (hay que llevar siempre un bidón con reserva porque no hay ninguna estación de servicio en los caminos que recorramos.

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Al doblar una esquina debo saludar a un amigo que marcha por la “vereda” (acera), a los pocos metros otro, y otro después. Coyhaique es una ciudad entrañable y resulta un placer especial transitar por ella.

Un día, por curiosidad, conté los abrazos que debí dar hasta regresar a mi casita: ¡veinte! Y debemos mostrar suma atención en repetir en todos el mismo ritual, ya que el no hacerlo sería herir gravemente a cualquier conocido: Primero se chocan abiertas las palmas de las manos (da igual derecha o izquierda, según la posición que se tenga) más luego, estrepitoso abrazo; finalmente, nuevo choque de manos. Pero si se trata de una dama el rito es más sencillo y desilusionante: un solo beso en la mejilla, (con lo bueno que es darlas dos…) el cual puede ir acompañado, o no, de caricias en la espaldita. Y eso sí: siempre sonrisas sinceras que nacen del alma, porque el “que se apura pierde el tiempo” y acá hay tiempo para lo más importante, que es el auténtico Vivir. Eso nos da un carácter muy especial.

Al principio la carretera es excelente, pavimentada; llegará así hasta la villa de Cerro Castillo, unos 100 km., para convertirse en un infierno poco después, lo cual obliga a marchar a 30 Km/h si es que no se quiere destrozar todo el auto.

La famosa carretera Austral es todo menos una carretera, si es que la comparamos con nuestra idea sobre lo que debe ser una carretera, pero ¡es maravillosa! Cada rincón, cada curva, nos muestra un paisaje asombroso. Lo malo es que el chofer no debe quitar el ojo de cada bache, de cada lateral sin balizar, porque de lo contrario arriesga deslizarse por un precipicio. 


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Llegando a la Cuesta del Diablo, (lagarto, lagarto) debo parar porque a una pareja de huemules (Hipocamelus bisulcus)  se le antoja cruzar la carretera. Les hago fotografías, ¡aunque tengo ya tantas...! Por cierto, resulta para mí un misterio las muchas señales de heridas que presentan en su piel estos animalitos; lo podéis comprobar por la foto. Se muestran muy mansos por no estar permitida su caza: nos podemos acercar a unos metros sin que intenten huir. Esto justifica la existencia del Parque Nacional de Cerro Castillo, esa montaña majestuosa y original. 

En la población de Cerro Castillo paro para conversar con Sole en su mágico bar instalado en un viejo autocar.


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Por las paredes del mismo, lucen fotos del lugar y…de repulsa a Hidroaysén (ENDESA) Se puede decir que el 90% de los aiseninos luchan contra la instalación de unas centrales hidráulicas que, como es habitual en muchos países, están patrocinadas por los gobiernos descaradamente, saltando las muchas leyes que las impiden.

Destrozar la Patagonia de Chile sería un crimen sin perdón: quedaría impreso en los anales del neoliberalismo industrial más destructor que pueda existir.

Los carteles que veréis si viajáis por esta bendita tierra, son la muestra más elocuente de un pueblo que lucha por lo suyo, por un Paraíso que no tiene precio.


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Casi doscientos kilómetros hasta llegar a una población, Puerto Tranquilo, de donde arranca una vía de penetración enloquecedora: estoy en el centro del Campo de Hielo Norte, donde numerosos glaciares muestran sus azules hielos milenarios. Y de cada cerro bajan cientos de corrientes de agua que acaban formando un hermoso río: el Exploradores, no sin antes saltar por deslumbrantes “vertientes” (cataratas).

Si asombroso es el camino, no puedo dejar de admirar el lago General Carrera (Chalhuaco) el segundo más grande de Sud América, unos 300 Km de largo por 50 de ancho. Sus aguas turquesas me enloquecen cada vez que las contemplo. Y no menos asombrosas son las Capillas de Mármol


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Antes de empezar la senda, empieza a llover. No, a llover no; ¡¡a diluviar!1 debo detenerme porque no veo un pimiento. Espero estacionado fuera del camino. No cesa; ¿qué hacer? Son las 5,30 de la tarde, pero no lo dudo y retrocedo lo andado para ir a mi lago favorito: Fontana, unos cien kilómetro atrás. Me da sueño en el regreso y pienso en pernoctar en cualquier lugar. Pero según regreso, las nubes se disipan y luce el sol. Animado, decido legar a mi lago aunque sea en la noche.

Llegado a él, no me da tiempo para pescar; además estoy molido con tanto bache y con tanta atención prestada. 

En el lago no hay actividad, pero aparece tan sereno como un cristal. Sale la Luna y le sigue la Cruz del Sur; su reflejo en las aguas muestra un espectáculo maravilloso. Después de hacerme la cena, extiendo el saco y me duermo alucinado por todo. Mi último pensamiento de la jornada es: ¡mañana!

Amanece; son las seis treinta de la mañana, mañana esplendorosa y serena. Las truchas comen con calma, quizá tricópteros muertos que volaron en la noche lunar. Y como no hace nada de frío, decido montar el patito, ardua labor.

Desayuno frugalmente, me meto en el vadeador, monto las aletas y ¡a navegar! Me dirijo hacia el paredón de piedra, ese que me regaló la trucha más grande que he tenido en mi vida, recuerdo entrañable que siempre me acompañará, aunque logró romper al final. Por su salto hacia el cielo, justo al lado de mi pato mostrando cual trofeo toda la cola de rata y la Royal Woolf en sus labios, pude calcular su longitud: ¡más de un metro! Comprenderéis mi querencia genética hacia ese lugar, ¿no?

A mi lado se ceban varias truchas en una apasionante tomada de “pico”; son muy hermosas, pero sigo sin prestarles atención con destino a las piedras. Sale el sol; sigue calmado el viento y empieza a hacer calorcito. Observo el talud rocoso, pero no aparece ninguna aleta junto a él, como “aquella” vez. No importa; revivo el episodio como si se tratase de un vídeo.

Como hace más de 22 años de aquello, no tengo esperanzas de que Ella viva aun, pero ¿y si hay otra igual? Como en una plegaria, lanzo al viento mi oración, la misma mosca de entonces. Tiene poco pelo (¡como yo!) El anzuelo está oxidado (¡como mis huesos!) Pero hoy he montado una punta del 21 por si fuese un caso, y la cola de rata de seda es nueva… Soy como un niño.

Las moscas muertas no están en este punto; tampoco “ellas”. A mi derecha las veo cebarse con cierto ritmo, no muy acelerado, ¡pero qué buenas damas! Debería abandonar el paredón y pescar allí, pero hay algo que me detiene. Lanzo contra la roca para que la mosca caiga sin ruido al resbalar. La pobre pelona se mece con las leves ondas del agua, pero pasan unos largos minutos y no tengo respuesta.

No puedo evitarlo, pero recuerdo a Paco Pepe en este mismo punto, y ¡metido en un patito! ¡Qué espectáculo! Y asimismo recuerdo la mala uva que se puso al fallar una o dos truchas que le subieron:
-“¡No puedo estar minutos y minutos mirando una mosca!- dijo agregando un riguroso repaso al santoral.
 
Lamenté que no lograse su Gran trucha; yo hubiese dado mi vida porque eso sucediese. La próxima vez, cuando podamos pescar solos y no seguidos por una legión de amigos, quizá la pescarás, querido Caenis. Y si no estoy yo, recuérdame como lo hago hoy de ti.

Trasladado al lugar de actividad, poso la mosca suavemente junto a los juncos de la orilla. Allí está rodeada de auténticas naturales agotadas. Un minuto, dos, tres; entre esas cañas vislumbro un estremecimiento sutil del agua: ¿será una trucha? Una sombra sin forma la delata: se está acercando a mi pelona. Sus movimientos de bayadera oriental la muestran hermosa y fuerte. Se sigue acercando; se hace realidad su silueta rechoncha. A menos de medio metro cambia el rumbo porque descubre mi Royal: sin prisas, pero sin pausas, abre su boca, asoma la cabeza sobre el agua y ¡toma el engaño! Intento clavar “a la seda”, pero ella se percata del anzuelo. Entonces clavo con algo más de energía y el sol ilumina su flanco a unos cuarenta centímetros sobre el agua. Los coletazos mojan mi cara para salir disparada hacia las profundidades del lago; no la puedo parar y arriesgo la rotura. La XSL del 6 no logra hacerse con ella: ¡¡así son las truchas de mi Lago!!


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Cuando la tengo junto al patito, creyéndola vencida, despliego el chinguito (sacadera) pero ella vuelve como un tiro al fondo del lago. La veo perderse en lo profundo y temo que roce con alguna piedra como lo hizo la Gran Trucha del ayer. Y así fue: sentí que la línea se quedaba sin tensión y yo sin pelona. ¡Bueno! Logrará soltar el anzuelo sin barba y oxidado. Cuando voy a poner otra nueva Royal, en tan lamentable estado como la primera, veo que no la había perdido: había roto la curva del anzuelo. ¿Por qué deberé usar anzuelos oxidados? No escarmiento.

La mañana está avanzando. Hace calor y quiero quitarme el chubasquero; además debo achicar aguas… Al pescar en flotador, algunas veces me pongo un dodoty de los que usan los bebés, pero hoy me creí en condiciones de aguantar mucho tiempo. 

Realizada las operaciones oportunas, regreso al agua. Veo con alegría que ya vuela algún matapiojos (libélula) Es para ver la manera en que les dan caza las truchas de Fontana; realmente vuelan horizontalmente tras ellas. 

Hay que pescar entre los juncos, arriesgando enganches y más enganches, aunque no se pierde ninguna mosca porque el pato las salva a todas. Es sólo cuestión de paciencia.
Después de media hora de silencio, veo una dama voladora cerca de mi embarcación; está en un claro de juncos que forman un estuario. El lance es para maestros y no para un zote como yo, pero hay que arriesgarse, ¡merece la pena! 

Al no hacer viento, la mosca se posa…pendiente de un junco, balanceándose dulcemente en el aire. No hay respuesta, pero cuando estoy a punto de probar otro lance, en al aire aparece una hermosa trucha común que vuela tras mi pobre libélula. Sólo debí tensar la línea ya que ella se clavó con su impulso. ¡Y siguió volando en la lucha! Saltos y carreras; bajadas a las profundidades, de las cuales emerge como un proyectil. Enloquece en su lucha por la vida y yo estoy extasiado al verla, también arrepentido de molestar tan bravo animal.

Vuelve la idea de los últimos tiempos: ¿tengo derecho a clavarlas?


Después de unos veinte minutos, la trucha cede y entra dócil en el chinguito. La mido sin sacarla del agua: dos palmos y medio, unos cincuenta centímetros. Y tan gorda que parece un zepelín. Es un macho joven y fuerte. Para tranquilizarla, acaricio sus relucientes flancos con el dorso de mi mano; la suelto y permanece unos largos segundos a mi lado. Con elegantes ondulaciones, se aleja lentamente para perderse entre los juncos.

Soy un viejo pescador; he clavado muchas truchas y de todas guardo entusiasmantes recuerdos, pero las truchas de Fontana son de las más luchadoras y bravas que conozco. Quizás las de las Rochas del Alto Tajo…

Quiero seguir pescando, pero… ¿Por qué no romper el anzuelo? No, no puedo pescando con matapiojos: aun no he llegado a ese nirvana.

Empiezo un monólogo conmigo mismo:

-habías prometido…-

Lucho contra mi codicia, pero no logro vencer. 

Por suerte, una nueva eclosión de efímeras me hace cambiar de mosca y así se soluciona el dilema. Ahora sí; “ahorita” no me importa romper el anzuelo y reírme de ellas al ver que las engaño. Es suficiente para mí y me siento mejor con mi conciencia.

El agua me entra por una pierna del vadeador. ¡Tiene tantos parches! Pero el sol calienta y aguanto unas horas más. ¿Muchas truchas logradas? Me da igual si fueron pocas o muchas; lo importante es que he vuelto a navegar por mi lago un año más: ¡¡qué privilegio!! .

          Luis Antunez…… Bambú

domingo, 11 de diciembre de 2011

MOSCA “REAL O ROYAL” VIAJERA…

          Está claro que a mayor tiempo en el rio aumento de anécdotas, de las gratas y las no tanto, unas y otras con el paso del tiempo aumentan en alegrías y disminuyen en penas...

Pasó que pasó, hace dos o tres temporadas. La cuadrilla pescaba el “rio padre” y nos dividimos los tramos. Unos en solitario y yo acompañado de Mariano, pescando a la par y cediéndonos los lances.

Estábamos buscando “pintonas Falagueranas” en un tramo largo de aguas movidas, de vadeo cómodo. 

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Llevaba de menú atado al bajo una pequeña emergente de tricóptero que ya había sido tomada en varias ocasiones por bravas truchas.

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Mariano, mi compañero las tentaba con la resolutiva “Royal Coachman” con parejos resultados a los míos.

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Turno era de Mariano. 

Adelantado una decena de metros posaba la Royal pegadita a la orilla, bajo las salgueras, zona que tantas capturas nos ha deparado en el devenir el tiempo.

Yo observaba su acción de pesca, su lanzar, su posar, su enmendar y el navegar de la visible Royal por las transparentes aguas.

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Veo como baja la mosca, como navega por la corriente, veo a Mariano levantando la línea del agua y efectuar un lance delantero, lance trasero, lance delantero y posada.

Algo me extraña y me llama la atención, y es que sigo viendo derivar la Royal por las aguas, tras mi compañero y cada vez más próxima a mí.

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-Mariano, ¿qué estas lanzando?, jeje. Si has perdido la mosca, si la mosca viene por aquí abajo.-

-Que dices, tío. Si esta posada allí delante.-

-Jeje, que no. Mira.-

Me acerco a la mosca que navega por las aguas y la atrapo. Es una bonita Royal montada en un anzuelo del número doce.

-Ves, tengo tu mosca. Vaya pedazo de moscón, como para no verla.-

-Que no, joder. Mira.-

Tira de la línea pasándola por sus manos hasta llegar al bajo y más allá, a la mosca que, agarra y me enseña

-Ves donde esta mi mosca. Esa no es mía.-

-Y entonces ésta, qué-

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Se acerca hasta donde me encuentro y observamos la mosca que tengo en la manos. Una preciosa Royal, con prominentes alas blancas en pelo de ternero.

-Paco. Una Royal y de semejante tamaño no puede ser de otro sino de José Luis-

Miro la mosca con interés.

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-Pero si José Luis se ha subido a pescar la zona del Vado de Salmerón, varios kilómetros rio arriba.-

Transcurre la jornada de pesca, a mas decir fructífera y tras finalizar subimos donde hemos quedado en encontrarnos todos tras la pesca.

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Por la pista bajan José Luis y Gabi en su auto. Nos disponemos a tomar un taco para reponer energías y comentar la jornada.

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-José, ¿has perdido una mosca?-

-Si, una “Royal”, se me ha enganchado el bajo, he tirado y he perdido la mosca-

-Jajaja. Pues mírala, aquí la tienes.-

Y le muestro la mosca que encontramos navegando por el rio.

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Pues, señores, la “Royal o Real” viajera navego libremente varios kilómetros por el rio, surcando lentos y corrientes, salvando cascadas y obstáculos. A mas decir suponiendo haber sido ignorada por alguna pintona que se encontrara en su singladura, para llegar a nuestra zona de pesca y ser rescatada de las aguas y puesta de nuevo en manos de su propietario.

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-Toma Paco, te la regalo ya que has sido tú quien se la ha encontrado.-

Y, fue así como la “Real viajera” paso a formar parte de mis “moscas tesoros” y la historia de su deriva por las aguas del “rio padre” una anécdota más a relatar.

Cosas ya de viejos mosqueros.


               LasmoscasdePaco

lunes, 5 de diciembre de 2011

MOSCAS ENCAPSULADAS….

         Siguiendo el hilo de “historias de moscas” referiré una nueva anécdota de la pasada temporada…

Sucedió que estando cambiándonos de ropa, enfundándonos en vaders y montando cañas en el camino paralelo al rio, pasa un vehículo de color gris, sus ocupantes se nos quedan mirando, nosotros les observamos hasta que se pierde de vista tras el recodo del camino.

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Nos dividimos el tramo, mi compañero pescaría aguas abajo de donde nos encontrábamos y yo lo haría aguas arriba.

El primer tramo de rio que pesque me resulto muy fructífero, lanzando “la marroncita” pegada a las orillas conseguí clavar hasta media docena de truchas en un fluir continuado.

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Ya me las prometía felices, pues si en no demasiado tiempo y en tan corto tramo de rio había conseguido una buena cifra de capturas, teniendo toda la tarde por delante la cosa podría ser de nota.

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Doblé el recodo del rio y ante mí un bonito tramo de corrientes donde posar mi mosca en espera de ser atacada por bravas pintonas. Pesco despacio, machacando de lances cada postura, cada corriente, cada vano tras piedras aflorantes, las orillas, acá y allá, todo en vano, no consigo que las truchas ataquen mi mosca, es más, no veo ninguna trucha, ni puesta ni huyendo en frenética carrera, todo lo mas veo bajar de vez en cuando una rama, un palito por el rio.

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Llego a un vado de aguas calmas donde en lejanía veo un par de cebadas, me acerco con cautela, realizo un lance bastante lejano, la mosca se posa en el agua y al llegar al punto de la cebada es tomada con rapidez.

Clavo con seguridad y al dar el cachete la trucha salta por las aguas, casi casi vuela hasta caer en mis cercanías. Es un pequeño alevín de trucha que mas que calmarme me encorajina.

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Observo las aguas del vado, tranquilas, vadeo por medio del rio y no veo ni una sola trucha huyendo de mi presencia, estoy extrañado.

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De repente en la lejanía de las aguas veo algo flotando, algo que baja placido por el rio, algo que no consigo identificar, algo más cerca me parece una especie de buldó de gran tamaño, una gran burbuja.

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Cuando llega a mi altura la atrapo, es una pequeña capsula, del tipo de las que hay en las maquinas de bares y restaurantes que ofrecen pequeños juguetes a los niños.

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En su interior se observan un par de moscas. Abro la capsula y veo una mosca seca en perfecto estado y una mosca emergente algo deteriorada.

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Al fin se enciende una lucecita en mi cerebro. Salgo del rio y camino por la orilla aguas arriba a fin de doblar el siguiente recodo del rio. Cuando lo hago todo se vuelve más lógico. Allá, metidos en las aguas dos pescadores pescando al alimón van posando sus moscas por el rio. 

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Me acerco a ellos para saludarles…

-Hola, cómo va la pesca?-
-Que tal, pues alguna va saliendo-
-Habéis venido en un coche gris?-
-Si, está aparcado en el camino, un poco más abajo-
-Vale. Que se os de bien-
-Adiós-

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Misterio desentrañado, llevo todo el día pescando tras estos dos pescadores, ya sé el porqué el primer tramo me deparo buenas capturas y tras doblar el primer recodo del rio no hice nada.

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No es aquello de tener más o menos derechos, sino más bien de camaradería y compañerismo.

Creo que, si ves a alguien preparándose para pescar y llegas, cuanto menos preguntarle la zona que va a pescar y a ser posible ponerse de acuerdo con entendimiento para repartirse el tramo de rio y no molestarse los unos a los otros. Pues, lo que hoy provocas, mañana puedes sufrirlo y, sinceramente, realizar un viaje de más de 500 kmtrs. Para que alguien se plante por encima de ti y eche al traste la jornada de pesca no es plato de buen gusto.

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De tan particular jornada de pesca, queda como recuerdo tan singular “capsula” y sus dos moscas que, pasaran a formar parte de mis pequeños “tesoros” o que estaré encantado de devolver a su dueño si se pone en contacto conmigo.


LasmoscasdePaco.