De Ríos y de Truchas. Y de Pesca a Mosca. Y de amigos mosqueros.

Aquí se plasmarán todas esas ideas, sensaciones y vivencias de un pescador a mosca y de su grupo de compañeros.

Su finalidad es tratar de inculcar que la pesca a mosca puede llegar a ser una forma de vida.

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Competición NO..... Gracias.

martes, 13 de diciembre de 2011

DESDE LA TRAPANANDA PATAGONICA…

      Es para mi un enorme orgullo publicar un relato de uno de mis “maestros” de la pesca a mosca. Ni quito ni pongo comas, lo que os presento al menos para mi tiene un alto valor, que comparto y espero disfruteis…

PARA MIS LEJANOS AMIGOS EN UNA NUEVA TEMPORADA…


La primavera, a principios de noviembre, se presenta calurosa. Podría ser el anuncio de un verano extremo. 

Meditando así, sin tener un plan previo, empiezo a subir a la “van” los oportunos impedimentos: el saco de dormir, el “patito” con su inflador, las aletas, la caña con su chaleco, tan viejo como yo, la cámara de fotos, el trípode, la comida, el infernillo de bencina… Santo cielo ¡¡qué arsenal!!

Cierro mi cabaña, arranco el motor y me quedo sorprendido: ¿pero dónde ir? No lo tengo previsto; es igual, lo importante es caminar; cualquier lugar elegido reuniría las suficientes condiciones para proporcionarme unos días de ensueño…si el tiempo no cambia. En la Trapananda los cambios son tan rápidos como abrir y cerrar los ojos.





Bajo a la Ciudad para repostar (hay que llevar siempre un bidón con reserva porque no hay ninguna estación de servicio en los caminos que recorramos.

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Al doblar una esquina debo saludar a un amigo que marcha por la “vereda” (acera), a los pocos metros otro, y otro después. Coyhaique es una ciudad entrañable y resulta un placer especial transitar por ella.

Un día, por curiosidad, conté los abrazos que debí dar hasta regresar a mi casita: ¡veinte! Y debemos mostrar suma atención en repetir en todos el mismo ritual, ya que el no hacerlo sería herir gravemente a cualquier conocido: Primero se chocan abiertas las palmas de las manos (da igual derecha o izquierda, según la posición que se tenga) más luego, estrepitoso abrazo; finalmente, nuevo choque de manos. Pero si se trata de una dama el rito es más sencillo y desilusionante: un solo beso en la mejilla, (con lo bueno que es darlas dos…) el cual puede ir acompañado, o no, de caricias en la espaldita. Y eso sí: siempre sonrisas sinceras que nacen del alma, porque el “que se apura pierde el tiempo” y acá hay tiempo para lo más importante, que es el auténtico Vivir. Eso nos da un carácter muy especial.

Al principio la carretera es excelente, pavimentada; llegará así hasta la villa de Cerro Castillo, unos 100 km., para convertirse en un infierno poco después, lo cual obliga a marchar a 30 Km/h si es que no se quiere destrozar todo el auto.

La famosa carretera Austral es todo menos una carretera, si es que la comparamos con nuestra idea sobre lo que debe ser una carretera, pero ¡es maravillosa! Cada rincón, cada curva, nos muestra un paisaje asombroso. Lo malo es que el chofer no debe quitar el ojo de cada bache, de cada lateral sin balizar, porque de lo contrario arriesga deslizarse por un precipicio. 


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Llegando a la Cuesta del Diablo, (lagarto, lagarto) debo parar porque a una pareja de huemules (Hipocamelus bisulcus)  se le antoja cruzar la carretera. Les hago fotografías, ¡aunque tengo ya tantas...! Por cierto, resulta para mí un misterio las muchas señales de heridas que presentan en su piel estos animalitos; lo podéis comprobar por la foto. Se muestran muy mansos por no estar permitida su caza: nos podemos acercar a unos metros sin que intenten huir. Esto justifica la existencia del Parque Nacional de Cerro Castillo, esa montaña majestuosa y original. 

En la población de Cerro Castillo paro para conversar con Sole en su mágico bar instalado en un viejo autocar.


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Por las paredes del mismo, lucen fotos del lugar y…de repulsa a Hidroaysén (ENDESA) Se puede decir que el 90% de los aiseninos luchan contra la instalación de unas centrales hidráulicas que, como es habitual en muchos países, están patrocinadas por los gobiernos descaradamente, saltando las muchas leyes que las impiden.

Destrozar la Patagonia de Chile sería un crimen sin perdón: quedaría impreso en los anales del neoliberalismo industrial más destructor que pueda existir.

Los carteles que veréis si viajáis por esta bendita tierra, son la muestra más elocuente de un pueblo que lucha por lo suyo, por un Paraíso que no tiene precio.


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Casi doscientos kilómetros hasta llegar a una población, Puerto Tranquilo, de donde arranca una vía de penetración enloquecedora: estoy en el centro del Campo de Hielo Norte, donde numerosos glaciares muestran sus azules hielos milenarios. Y de cada cerro bajan cientos de corrientes de agua que acaban formando un hermoso río: el Exploradores, no sin antes saltar por deslumbrantes “vertientes” (cataratas).

Si asombroso es el camino, no puedo dejar de admirar el lago General Carrera (Chalhuaco) el segundo más grande de Sud América, unos 300 Km de largo por 50 de ancho. Sus aguas turquesas me enloquecen cada vez que las contemplo. Y no menos asombrosas son las Capillas de Mármol


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Antes de empezar la senda, empieza a llover. No, a llover no; ¡¡a diluviar!1 debo detenerme porque no veo un pimiento. Espero estacionado fuera del camino. No cesa; ¿qué hacer? Son las 5,30 de la tarde, pero no lo dudo y retrocedo lo andado para ir a mi lago favorito: Fontana, unos cien kilómetro atrás. Me da sueño en el regreso y pienso en pernoctar en cualquier lugar. Pero según regreso, las nubes se disipan y luce el sol. Animado, decido legar a mi lago aunque sea en la noche.

Llegado a él, no me da tiempo para pescar; además estoy molido con tanto bache y con tanta atención prestada. 

En el lago no hay actividad, pero aparece tan sereno como un cristal. Sale la Luna y le sigue la Cruz del Sur; su reflejo en las aguas muestra un espectáculo maravilloso. Después de hacerme la cena, extiendo el saco y me duermo alucinado por todo. Mi último pensamiento de la jornada es: ¡mañana!

Amanece; son las seis treinta de la mañana, mañana esplendorosa y serena. Las truchas comen con calma, quizá tricópteros muertos que volaron en la noche lunar. Y como no hace nada de frío, decido montar el patito, ardua labor.

Desayuno frugalmente, me meto en el vadeador, monto las aletas y ¡a navegar! Me dirijo hacia el paredón de piedra, ese que me regaló la trucha más grande que he tenido en mi vida, recuerdo entrañable que siempre me acompañará, aunque logró romper al final. Por su salto hacia el cielo, justo al lado de mi pato mostrando cual trofeo toda la cola de rata y la Royal Woolf en sus labios, pude calcular su longitud: ¡más de un metro! Comprenderéis mi querencia genética hacia ese lugar, ¿no?

A mi lado se ceban varias truchas en una apasionante tomada de “pico”; son muy hermosas, pero sigo sin prestarles atención con destino a las piedras. Sale el sol; sigue calmado el viento y empieza a hacer calorcito. Observo el talud rocoso, pero no aparece ninguna aleta junto a él, como “aquella” vez. No importa; revivo el episodio como si se tratase de un vídeo.

Como hace más de 22 años de aquello, no tengo esperanzas de que Ella viva aun, pero ¿y si hay otra igual? Como en una plegaria, lanzo al viento mi oración, la misma mosca de entonces. Tiene poco pelo (¡como yo!) El anzuelo está oxidado (¡como mis huesos!) Pero hoy he montado una punta del 21 por si fuese un caso, y la cola de rata de seda es nueva… Soy como un niño.

Las moscas muertas no están en este punto; tampoco “ellas”. A mi derecha las veo cebarse con cierto ritmo, no muy acelerado, ¡pero qué buenas damas! Debería abandonar el paredón y pescar allí, pero hay algo que me detiene. Lanzo contra la roca para que la mosca caiga sin ruido al resbalar. La pobre pelona se mece con las leves ondas del agua, pero pasan unos largos minutos y no tengo respuesta.

No puedo evitarlo, pero recuerdo a Paco Pepe en este mismo punto, y ¡metido en un patito! ¡Qué espectáculo! Y asimismo recuerdo la mala uva que se puso al fallar una o dos truchas que le subieron:
-“¡No puedo estar minutos y minutos mirando una mosca!- dijo agregando un riguroso repaso al santoral.
 
Lamenté que no lograse su Gran trucha; yo hubiese dado mi vida porque eso sucediese. La próxima vez, cuando podamos pescar solos y no seguidos por una legión de amigos, quizá la pescarás, querido Caenis. Y si no estoy yo, recuérdame como lo hago hoy de ti.

Trasladado al lugar de actividad, poso la mosca suavemente junto a los juncos de la orilla. Allí está rodeada de auténticas naturales agotadas. Un minuto, dos, tres; entre esas cañas vislumbro un estremecimiento sutil del agua: ¿será una trucha? Una sombra sin forma la delata: se está acercando a mi pelona. Sus movimientos de bayadera oriental la muestran hermosa y fuerte. Se sigue acercando; se hace realidad su silueta rechoncha. A menos de medio metro cambia el rumbo porque descubre mi Royal: sin prisas, pero sin pausas, abre su boca, asoma la cabeza sobre el agua y ¡toma el engaño! Intento clavar “a la seda”, pero ella se percata del anzuelo. Entonces clavo con algo más de energía y el sol ilumina su flanco a unos cuarenta centímetros sobre el agua. Los coletazos mojan mi cara para salir disparada hacia las profundidades del lago; no la puedo parar y arriesgo la rotura. La XSL del 6 no logra hacerse con ella: ¡¡así son las truchas de mi Lago!!


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Cuando la tengo junto al patito, creyéndola vencida, despliego el chinguito (sacadera) pero ella vuelve como un tiro al fondo del lago. La veo perderse en lo profundo y temo que roce con alguna piedra como lo hizo la Gran Trucha del ayer. Y así fue: sentí que la línea se quedaba sin tensión y yo sin pelona. ¡Bueno! Logrará soltar el anzuelo sin barba y oxidado. Cuando voy a poner otra nueva Royal, en tan lamentable estado como la primera, veo que no la había perdido: había roto la curva del anzuelo. ¿Por qué deberé usar anzuelos oxidados? No escarmiento.

La mañana está avanzando. Hace calor y quiero quitarme el chubasquero; además debo achicar aguas… Al pescar en flotador, algunas veces me pongo un dodoty de los que usan los bebés, pero hoy me creí en condiciones de aguantar mucho tiempo. 

Realizada las operaciones oportunas, regreso al agua. Veo con alegría que ya vuela algún matapiojos (libélula) Es para ver la manera en que les dan caza las truchas de Fontana; realmente vuelan horizontalmente tras ellas. 

Hay que pescar entre los juncos, arriesgando enganches y más enganches, aunque no se pierde ninguna mosca porque el pato las salva a todas. Es sólo cuestión de paciencia.
Después de media hora de silencio, veo una dama voladora cerca de mi embarcación; está en un claro de juncos que forman un estuario. El lance es para maestros y no para un zote como yo, pero hay que arriesgarse, ¡merece la pena! 

Al no hacer viento, la mosca se posa…pendiente de un junco, balanceándose dulcemente en el aire. No hay respuesta, pero cuando estoy a punto de probar otro lance, en al aire aparece una hermosa trucha común que vuela tras mi pobre libélula. Sólo debí tensar la línea ya que ella se clavó con su impulso. ¡Y siguió volando en la lucha! Saltos y carreras; bajadas a las profundidades, de las cuales emerge como un proyectil. Enloquece en su lucha por la vida y yo estoy extasiado al verla, también arrepentido de molestar tan bravo animal.

Vuelve la idea de los últimos tiempos: ¿tengo derecho a clavarlas?


Después de unos veinte minutos, la trucha cede y entra dócil en el chinguito. La mido sin sacarla del agua: dos palmos y medio, unos cincuenta centímetros. Y tan gorda que parece un zepelín. Es un macho joven y fuerte. Para tranquilizarla, acaricio sus relucientes flancos con el dorso de mi mano; la suelto y permanece unos largos segundos a mi lado. Con elegantes ondulaciones, se aleja lentamente para perderse entre los juncos.

Soy un viejo pescador; he clavado muchas truchas y de todas guardo entusiasmantes recuerdos, pero las truchas de Fontana son de las más luchadoras y bravas que conozco. Quizás las de las Rochas del Alto Tajo…

Quiero seguir pescando, pero… ¿Por qué no romper el anzuelo? No, no puedo pescando con matapiojos: aun no he llegado a ese nirvana.

Empiezo un monólogo conmigo mismo:

-habías prometido…-

Lucho contra mi codicia, pero no logro vencer. 

Por suerte, una nueva eclosión de efímeras me hace cambiar de mosca y así se soluciona el dilema. Ahora sí; “ahorita” no me importa romper el anzuelo y reírme de ellas al ver que las engaño. Es suficiente para mí y me siento mejor con mi conciencia.

El agua me entra por una pierna del vadeador. ¡Tiene tantos parches! Pero el sol calienta y aguanto unas horas más. ¿Muchas truchas logradas? Me da igual si fueron pocas o muchas; lo importante es que he vuelto a navegar por mi lago un año más: ¡¡qué privilegio!! .

          Luis Antunez…… Bambú

1 comentario:

  1. Tú siempre vas a estar, Luis, igual que Paco, Antonio... y otros más. Por suerte la lista es larga.
    Besos desde La Alcarria.

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