De Ríos y de Truchas. Y de Pesca a Mosca. Y de amigos mosqueros.

Aquí se plasmarán todas esas ideas, sensaciones y vivencias de un pescador a mosca y de su grupo de compañeros.

Su finalidad es tratar de inculcar que la pesca a mosca puede llegar a ser una forma de vida.

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Competición NO..... Gracias.

lunes, 2 de diciembre de 2013

UN PEQUEÑO Y MARAVILLOSO RINCONCITO…


          A veces me preguntan si recorro mucha distancia en el rio pescando.
 
Lo cierto es que me considero un pescador pausado y según pasan los años me enroco en ello si cabe
.
No, no soy un pescador “pisarrios” o “kilométrico”, a fuer de ser sincero normalmente no pesco más allá de un par de kilómetros de rio, incluso menos.

 
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Otra cosa es caminar por la orilla hasta encontrar el tramo de rio que me he propuesto pescar, aquí sí que es cierto que a veces me doy buenas caminatas hasta llegar al lugar elegido.
 
Tal ocurre con el tramo de rio protagonista del relato. Desde donde dejamos el auto hasta el tramo hay que realizar un paseo de algo más de una hora.
 
Es un pequeño tramo de aguas rizadas, que no llegan ni a ser corrientes que parten en dos una kilométrica tabla de aguas paradas y profundas, un tramo poco frecuentado por su escaso tamaño que no alcanzara el largo de un campo de futbol.

 
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Además el hándicap de que en las proximidades no hay otro espacio interesante para la pesca.
 
Por tal motivo muy pocos son los que por allí se acercan a posar moscas.
 
Sin embargo para mí es un tramo especial para pasar una tarde de pesca, sin agobios, sin pensar si llegare o no al final del tramo.
 
La jornada pasa por adentrarse con mucho cuidado al final de las aguas rizadas y realizar una pesca estática. 

 
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En estos momentos el mosquero disfruta enormemente del entorno, del rio y de sus sensaciones, al no existir un futuro te amparas en el presente y tus sentidos escudriñan milimétricamente cada porción de rio.
 
Y el rio, que suele ser agradecido te premia mostrándote sus más bellos tesoros.
 
Puedes descubrir entonces una garza orillada entre los juncos y aneas, inamovible hasta el momento de la caza de su presa, entonces, rauda lanza cual arpón su largo pico y asaeta al pececillo. 
 
Puedes descubrir a la nutria, correteando por las orillas y sumergiéndose en las aguas, buscando en las solapas. Observas como sale del agua con un hermoso cangrejo que devora con fruición. 

 
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Puedes descubrir como esa sombra en las aguas, bajo la sarga orillada se desplaza lentamente y se aleja de la orilla, entonces ves perfectamente la silueta de una hermosa trucha que coletea al compás y vaivén de las aguas, se desplaza lateralmente para tomar la comida cercana a ella.
 
Ves como la trucha asciende a la superficie y toma glotona una de las efémeras que secan sus alas sobre las aguas.

 
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El mosquero, sin realizar movimiento brusco alguno, saca de su chaleco la caja de moscas, selecciona una y se apresta a anudarla al bajo de línea, observando en todo momento con el rabillo del ojo a la hermosa trucha que, confiada sigue tomando moscas.
 
Un par de pasos lentos, sigilosos, camaleónicos, para separarse de las aneas de la orilla y poder realizar el lance cómodamente.

 
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De nuevo a la espera, observando el hacer de la trucha, esperando el momento idóneo.
 
De nuevo vemos a la trucha tomar una mosca en la superficie, es la oportunidad esperada.
 
No hay opción al error, sacas línea, preparas el lance, ejecutas un par de falsos lances y posas la mosca con delicadeza un par de metros aguas arriba de la trucha.

 
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Vemos el coleteo agitado de la trucha cuando nuestra mosca se ha posado en las aguas, como se desplaza lateralmente para aproximarse a ella, asciende hacia la superficie y a escasos centímetros de nuestra mosca se detiene para observarla minuciosamente. 
 
Nuestra mosca casi ha sobrepasado a la trucha, falta poco, muy poco para que la tensión de las aguas ejerza el indeseado dragado de la mosca, ya pensamos que la acción ha sido en vano.
 
Y es entonces cuando vemos como la trucha gira aguas abajo y toma glotona nuestra mosca y con ella en las fauces se sumerge en las aguas.
 
Es momento del clavado certero seguro, no un brutal tirón, sino más bien una fuerte tensión continuada que provoca que el acero se asegure en la boca de la trucha.

 
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La trucha emprende la huida y provoca que nuestra caña se combe al punto de notar la fuerza ejercida por la trucha en nuestra propia muñeca, en nuestro antebrazo y, cuando nos vemos obligados a dominarla para que no se vaya al perdedero de las orillas incluso todo nuestro brazo es necesario para domeñarla.
 
No alargamos la lucha, la seguridad de un terminal resistente nos permite acercarla a nuestra sacadora sin necesidad de dejarla exhausta, colocamos ante nos la sacadora acercamos a ella la trucha y con hábil maniobra la enmallamos.
 
Desclavamos nuestra mosca de las fauces de tan bello pez, acaso tomamos con rapidez una fotografía de ella y tras ello la devolvemos a las aguas.
 
Aun disfrutamos al verla desaparecer entre las aguas.

 
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Con parsimonia recomponemos la figura de mosquero, volvemos la sacadora a nuestra espalda, saneamos y secamos la mosca que prendemos en la anilla porta moscas de la caña y volvemos a recordar el lance vivido observando el entorno maravilloso que nos rodea.
 
No hay prisas, no tenemos que ir a ningún lado tan solo tenemos que saborear dulce y delicadamente el presente, el enclave, el maravilloso tajo embarrancado por donde discurre el rio y que le propicia nombre.
 
Sin premura salimos de las aguas por la orilla contraria para ascender acaso una docena de pasos meternos de nuevo en el Tajo que nos enamora.
 
De nuevo sin prisas, de nuevo observando todo a nuestro alrededor de nuevo estático.

 
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Y es así como vemos la cebada de una nueva trucha en las rizadas aguas, nos concentramos en el lugar esperando que de nuevo declare su posición.
 
No tarda mucho en suceder, preparamos el equipo, estiramos el bajo de línea, secamos y flotabilizamos la mosca, nos posicionamos para el lance. 
 
Ya no queda sino que la trucha se cebe de nuevo para realizar el lance, para provocarla con nuestra mosca para quebrar su fuerza y acercarla a nuestras manos y tras todo ello devolverla de nuevo a su entorno.
 
Acaso sin darnos cuenta nos sorprende la falta de luz anunciadora que la tarde torna en noche y que ello provoque el ansiado sereno.

Momento mágico de eclosión de insectos y provocador que las truchas se delaten cebándose a ellos. 

 
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Si ocurriera forzaríamos la jornada en espera de redondearla con nuevas capturas.
 
Si no fuera así daremos por finalizada la jornada, saldremos de las aguas y mientras recogemos los aperos aun nos dará tiempo a deleitarnos con los quiebros del chotacabras en acción de caza.
 
Queda tornar camino hasta donde dejamos el auto, trochar por el abrupto sendero amparado por la trémula luz de la linterna frontal que nos auxilia en los pasos.

 
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Ya en el auto nos despojamos de la humedad del vader y nos reconfortamos con el cambio de ropa seca y cálida.
 
Sacamos mesa, silla, farol y viandas y teniendo como techado un hermoso cielo cuajado de estrellas tomamos una frugal y reponedora cena.
 
No hay prisas, disfruto del entorno, de la noche, del bosque de la maravillosa sensación de ser parte y pertenecer a tan grandiosa natura.
 
Al fin, la cordura nos vuelve a la realidad de que somos reos de nuestro ser humano, con sus responsabilidades y obligaciones.
 
Guardamos todo en el maletero del auto. Giramos esa llave de contacto que nos encamina hacia una realidad urbanita.

 
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Durante el trayecto aun recordamos las vivencias acaecidas, el placer de una maravillosa y reposada pesca a mosca, el placer que nos procuro el rio, el pescar a mosca…. acaso 100 maravillosos metros de rio Tajo….


 
                              LasmoscasdePaco

2 comentarios:

  1. Me encantan esos lugares que como en una atalaya puedes observar todo lo que pasa mientras esperas la cebada. Buen relato compañero.
    Saludos.

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  2. Me enamora este río, pese a la lejanía las veces que lo he horadado han sido de película.
    Que siga así por mucho tiempo.

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