De Ríos y de Truchas. Y de Pesca a Mosca. Y de amigos mosqueros.

Aquí se plasmarán todas esas ideas, sensaciones y vivencias de un pescador a mosca y de su grupo de compañeros.

Su finalidad es tratar de inculcar que la pesca a mosca puede llegar a ser una forma de vida.

Páginas

Competición NO..... Gracias.

viernes, 4 de enero de 2013

¡¡ Laguna Carlota !!... Quimeras…

          Allende el profundo y lejano océano.

Más allá donde nuestros antiguos buscaron El Dorado y presente muchos soñamos con el Paraíso Mosquero.

Desde ripios Patagónicos cruzados por mil esteros poblados de hermosas truchas.

Un Rey Mago Mosquero me envía un regalo de Reyes Magos.

Aun tiemblan mis manos aporreando el teclado por la emoción de la lectura.

Un relato cuajado de sentimientos, de aventura, de afirmaciones.

Desde la lejana Patagonia un Maestro Mosquero, Luis Antúnez me envía un precioso regalo.

Un relato maravilloso que, con muchísimo cariño y respeto, publico y os ofrezco como regalo de Reyes.

¡¡ Carlota !!... de Luis Antúnez.



Hay veces que la fortuna nos hace realidad las quimeras, los sueños... No sé la causa, pero una deidad ignota me pone en bandeja lo soñado. Desde la primer vez que conocí los Campos de Hielo Norte, esa ninfa tutelar me hechizó sin remisión con ese paraje de ensueño como queriendo asegurarse de que volviese al lugar. No hubiese sido necesario…
Por aquel entonces aun no estaba acabado el camino de penetración que hoy casi alcanza el mar, y mi asombro ante tanta belleza, ante tanta paz, ante tantas viejas leyendas repetidas por el viento no me permitieron saborear a fondo lo que allá existe. “Tengo que volver una y mil veces”, me dije. ¡Qué fuerte ha sido el hechizo!

Pasar bajo esos cerros majestuosos coronados por hielos azules, o extasiarnos con los fantasmagóricos reflejos de los miles de esteros que descienden de las cimas vírgenes, entre espumas que los alocados saltos engendran, es algo que no puedo transmitiros con palabras. Y qué decir del bosque intacto, donde abunda el árbol adorado por los mapuches, el canelo, o reina la poderosa lenga en busca quizá de “algo” en los cielos, o perfuman el cristal del aire los chilcos, todo, absolutamente todo nos lleva a una nueva dimensión. Tanta armonía nos hará olvidar hasta nuestra propia entidad física.

El río Exploradores, ora verde, ora azul turquesa, pero siempre cristalino hasta que llega al ocráceo lago Bayo me va tentando para que me detenga en sus orillas y compruebe que tiene vida. Pero más tentación siento al llegar al río Azul, su afluente, donde encuentro a los salmones desovando en cantidades importantes. Ese pez mártir, perseguido moribundo, siempre intenta decirme la razón de sus desvelos y veo el último esfuerzo al dejar a sus hijos el botín del propio cuerpo para cuando nazcan en solitario.

Por desgracia, hoy el sabio hombre aprendió a arponearlo sin piedad, dejando sobre las piedras de la orilla, cual testigo de la barbarie humana, el fruto que nunca conseguirá vivir: las huevas escapadas de las hembras en la agonía final. El hombre, ¡siempre el hombre…!


clip_image002
Sendero Exploradores


Hoy quiero llegar hasta la laguna Carlota, legendaria por su inaccesible posición: hay que atravesar el amplio y profundo Exploradores y luego caminar a la aventura de lo desconocido. Pensé hacer la travesía en el patito, mas la impetuosa corriente me dijo que ni lo intentara. Por suerte, o por desgracia, un buen poblador y amigo quiso brindarme su lanchita para pasar a la otra orilla. Y digo por desgracia porqué con esa facilidad me veré obligado a visitarla muchas veces más empujado por una santa obsesión en aumento con el paso del tiempo.

Sabía, por la información que mi amigo me dio, que una mujer lleva a sus clientes a pescar en la Carlota…en hidroavión. No, yo quiero ganarme el regalo de Pacha mama por medio de mis fuerzas, hoy tan mermadas. La ilusión me da la energía que los años me niegan. Y allá que voy.

La lancha de mi amigo más recuerda a un submarino que a un botecito; eso sí, hay en ella una lata vieja de conservas a modo de bomba de achique que me da total seguridad. Y el motorcito funciona, aunque después de convencerlo para que arranque durante más de quince minutos. ¿Y si no arranca al regresar? Estoy acostumbrado a vivir el presente, por eso de que el futuro aun no llegó… Y “a galopar, a galopar” hasta alcanzar la otra orilla. Y la alcanzo aunque bastante más aguas debajo de lo previsto. El primer obstáculo es desembarcar porque sus márgenes se muestran impenetrables, por eso debo descender en busca de un huequito en la tupida orilla. 

Cuando lo encuentro resulta ser el cauce de un arroyo que no presenta casi agua. Pienso que podría ser el desagüe de Carlota y por él empiezo la escalada. A los pocos metros me encuentro en una llanada de pasto que a modo de circo rodea el tupido bosque de más arriba. Por orientación de mi amigo, camino paralelo a los árboles hasta encontrar una especie de trocha poco despejada.

 Hay multitud de árboles caídos y secos, zarzas, arbustos y toda clase de prometedoras amenazas para el vadeador que llevo ya puesto. Con paciencia y la navaja voy abriendo paso en aquella maraña desesperante. “Quien se apura pierde el tiempo” decimos por acá, así que debo tardar como cosa de una hora en recorrer unos trescientos metros, metros que me parecen kilómetros, ¿o lo son? ¡Quién se detiene a medir el tiempo-espacio! Al llegar más arriba encuentro de nuevo el desagüe de Carlota. 

Lo peor del “paseo” llega al enfrentarme a una pared de rocas resbaladizas por la humedad que la cubren. No soy un escalador nato, pero la esperanza de llegar hasta mí amada Carlota me da ánimos y, sin saber cómo, en el último peldaño de aquel roquedo, la descubro serena, prometedora, refulgente: allí está Carlota con sus aguas verdi-azules y sus orillas llenas de juncos… 

-Si las junqueras son cenagosas y profundas, pues me quedo sin pescar - pienso porque lanzar por encima de ellas es una total idiotez; rara vez salvas la mosca o, peor, la posible captura. No me gusta el panorama pesquero, pero aquel paisaje compensa con creces el desencanto: ¡qué maravilla entre las maravillas! La pesca deja de ser la meta; me siento dichoso de haber llegado hasta Carlota para vivir el soñado sueño…

Montada la caña, ¡que está entera después de tantos tropezones! empiezo con cuidado a penetrar en el agua bendita: un paso, dos y…hasta las rodillas enterrado en el fango. Trato de sacar una bota, ¡imposible! El fango la tiene bien atenazada. Pruebo con el otro pié; lo mismo. La idea de quedarme allí clavado toda la eternidad no me gusta pero que nada, así que porfío en los intentos. Tiro de una pierna un poquito; luego la otra; luego vuelvo a la primera. Y cuando creo haber conseguido desclavarme, pierdo el equilibrio y caigo de rodillas.

 ¿Y ahorita? Apoyarme para levantarme en la caña, ¡ni hablar! No sé si habéis tenido la suerte alguna vez de haberos quedado en tan ridícula postura, pero de no contar con ayuda, la cosa resulta seria. 


clip_image004
Laguna Carlota


Tras varios intentos de emerger, todos frustrados por el fanguito, pienso en apoyar las manos en el fondo, aunque la mojadura sea total. Y como era la única manera, pues al agua patos. Carlota es una “mujer frígida”, tan frígida que pienso encontrarme como esos pescados que se conservan entre hielo en las pescaderías, pero consigo encontrar apoyo seguro en el fango y en un montón de juncos que acumulo para ello. Una pierna salvada; ahora la otra, pero ante la manía de volver a enterrase la bota liberada, opto por ponerme a cuatro patas, eso sí, con el agua entrando por… “Seguro que de esta se me cura la próstata,”- me digo entre dientes.

Y como soy porfiado, pues no me rindo y busco todo mojadito nueva entrada, pero menos fangosa. ¡Y la había! ¡Necio de mí! Una deliciosa playita, sin juncos y somera, me invita a entrar en Carlota. Por si fuese poco, una trucha toma una seca justo a dos metros. “¿Serás grande?”- la pregunto. Lanzo y mi mosco se hunde nada más tocar el agua; parece querer imitarme. Así que seco todo, (mi cuerpo puede y debe esperar) y vuelvo a lanzar. No veo el pez; pienso que será pequeño. 

La mosca flota plácidamente sobre la quieta superficie del mágico lago; casi no toca el agua, sustentada sólo por las flexibles puntas del hackle. Me embruja su vivir y empiezo a recordar lo soñado. 

No hay respuesta; no hay pez. Da igual, no hay dicha mayor que ser pescador en un lugar como este, en un día como hoy. Miro el glaciar que tengo a la izquierda; sus hielos relucen como la plata y hasta parece que se alborozan de mi mojadura. 

Despierto del ensueño; ¡no veo la mosca! Está ahogada; ¡seré idiota! un pez la debió de hundir en tanto me llenaba de paisaje. La saco y repito el secado con los cristales (¿qué sería de mí de no tener este ungüento?) Y lanzo de nuevo un poco más lejos. No hay actividad aun, pero si hay truchas paseándose alguna subirá para descubrir ese nuevo insecto que se le presenta.


clip_image006
Saltos del Exploradores


Súbitamente diviso una sombra bajo el engaño, ¡y qué sombra! Está aproximándose a cámara lenta a la atractora de pelo de ciervo. Creo que no va directamente a ella, pero a los pocos centímetros gira y enfoca el señuelo. 

“¿No te apresures?” - me dice ese alguien que llevamos dentro; pero los nervios quieren traicionarme y hasta inicio una clavada que, por suerte, detengo a tiempo. La trucha, enorme pez, se ha parado ¡justo bajo la mosca! Podría tocarla con los labios si quisiera. Los segundos se tornan horas; la incertidumbre me apasiona. La veo sus lomos iridiados perfectamente, y el movimiento de sus grandes ojos. Al final se gira y pretende marcharse.

Recurro a un movimiento de la línea que pudiera resultar suicida; golpecito de un centímetro, de dos y ¡la trucha se revuelve como una furia y toma con brutalidad! Clavo a la seda, tan suave que el pez no se percata del enganche hasta pasados unos segundos. 

Cuando se entera, su arrancada es bestial, abriendo un surco como lo haría un proyectil en la superficie del laguito. 

Salta para mostrarme lo hermosa que es; y por si no la he visto bien, salta y salta como mil veces. La poderosa Sage se dobla como uno de esos juncos de la ribera, pero resiste sus rabiosas arrancadas. 

Mi brazo se resiente; han pasado muchos minutos y aquella furia plateada no cede, ni deja de saltar. Temo por el posible corte de la punta del 0X con los dientes. Voy a forzarla menos; con más suavidad se suelen dominar antes y eso sucede.

La traigo hasta mis pies; sin sacarla del agua la desanzuelo y la tranquilizo con caricias del dorso de mi mano en su línea lateral. El efecto es sorprendente: la gran trucha (unos 70 cm) se queda a mi lado, mirando a ese viejo idiota que le amargó el desayuno.

La vuelvo a acariciar y no huye. Así que seco la mosca y vuelvo a lanzar. Ante mi asombro, la gran trucha toma una mosca negra y reluciente que navega a nuestro lado; y poco a poco se va alejando con esas lentas ondulaciones que recuerdan las algas movidas por las olas. 


clip_image008
Ventisquero Exploradores


Gracias a su enseñanza, busco en mis cajas (con el tiempo me voy pareciendo a un cajero…) Entre las numerosas ruinas mosqueras tengo un escarabajo chiquito muy parecido al insecto depredado por mi primera trucha de Carlota. Lo ato, impermeabilizo y… ¿le rompo la curva? Lucho contra mí mismo, mas al final el anzuelo permanece tal cual era, pero sin barba ¡desde luego!

Los nervios no me han permitido analizar detenidamente al pez. Era una bellísima arcoíris, de cabeza y garganta rojizas, pero no vi nada más. Sigo siendo un novato…

Sobre las aguas se empiezan a ver más moscas negras (1) y sobre ellas se inician bastantes cebas prometedoras. Poco tarda en subir otro pez que repite la película del anterior. Algo más chica pero no menos peleona. Hasta se queda también a mi lado; sus miradas me hacen sentirme ridículo: el agua aun escurre por mi camisa y resuena dentro del vadeador a cada paso que doy.

Pero ¿quién se cambia ahora? 

Sigo pescando y con tal suerte que a cada lance me sale una señora a darme faena. ¿Rompería el anzuelo? Me hago el sordo como tantas veces antes y sigo sacando esas pobres maravillas, ¡tan inocentes!

El colmo del día lo da un enorme pez que está tomando justo a la entrada en el lago de un esterito que desciende de los altos hielos. Localizado por el estruendo que hacía a cada subida (¡y estoy sordo!) me aproximo hasta sus dominios sin peligro de hundirme. Y es que una vez superada la orilla de juncos, el laguito es firme y poco profundo en un cinturón que rodea su perímetro. Mis sentidos se enajenan al constatar el tamaño del angelito: ¿llegará a los noventa centímetros? ¡Veremos!

Lanzo con muy poca velocidad de línea, haciendo que todo flote mórbido en el aire como un hilo de araña. En el golpe final, detengo la caña de manera brusca y la mosca desciende sobre el agua con la lentitud de un aquenio. Ella está cerca, muy cerca: ¡la ha visto! Lo mismo que casi todas las anteriores sin la menor prisa, se dirige hacia su presa: un metro, medio metro, unos centímetros y consabida parada bajo el engaño.

Serenado por las numerosas capturas del día, decido también clavarla a la seda, ¡si es que toma! Y ya lo creo que toma; un sutil movimiento de la caña hace que el anzuelo sin muerte se clave un poco en el borde de sus labios.

Ella no se inmuta y sigue buscando más víctimas; quiero jugar y ver hasta cuando permanece ignorante de lo que tiene “casi” clavado en la boca. En un cierto instante, mueve un poco su cabezota como deseando desprender esa cosa que empieza a molestarla, ¡pero continúa cazando! Divertido, la doy un ligero cachetito para afianzar el anzuelo en su bocaza, pero ella no hace caso y sigue depredando insectos. Por cierto que toma todo lo que está a su alcance, sin la menor selección. 

Un desplazamiento brusco del pez para cazar lo que me pareció un saltamontes, (es un ejemplo que confirma las distintas maneras de tomar insectos diferentes) desencadena la lucha del fin del mundo. No salta al principio, sólo arranca furiosa hacia el fondo del lago, sacando muchos metros de línea, tantos que pienso llegar al hilo de reserva. Y en ese momento se detiene.

Segundos de zozobra ante la posibilidad de haberla perdido, mas no, la veo saltar cosa de un metro en el centro de Carlota. Y vuelve a saltar de inmediato con ese movimiento que recuerda un vídeo a cámara lenta. Apoyada en el agua sólo sobre su cola, inmóvil, sacude su cabeza con furia tratando se soltar el anzuelo. A su caída de nuevo al agua levanta una nube de espuma que quiere alcanzar el cielo. 

La lucha se prolonga hasta la desesperación; atardece y debo volver con luz al submarino de mi amigo para alcanzar la otra orilla, pero mi trucha no cede para nada su potencia. En los lagos, y con aguas frías, las truchas luchan con más energía que en un río, algo que parece contradictorio, pero sucede.

Si trato de arrimarla a mi lado, ella se va al contrario; si la dejo más suelta, saca más y más línea. De romper sería una liberación para ambos, pero parece que sus dientes no rozan el bajo de línea y sigue trabada sin remisión. 

Para acercarme decido caminar hasta donde me lo permitan las orillas. Poco fue lo que logro porque Carlota parece estar sobre el cráter de un primitivo volcán: a los pocos metros hacia el centro desciende casi en picado y otro baño no me apetece en absoluto. Por cierto que noto el efecto del agua calentita en los pies. Me viene pero que muy bien porque empieza a refrescar más de lo deseado.

¿Romper o no romper? Como Hamlet, ese es el dilema.

Así que decido tirar de poder a poder. ¡Imposible! Ni se rompe el bajo del 0X ni se abre el anzuelo. Curioso, pero a mí rara vez se me abren los anzuelos, todo lo contrario que les pasa a otros compañeros.

Como si fuese un salmón, tiro unos metros de ella y acto seguido recojo línea con el carrete; vuelvo a tirar y vuelta a enrollar. Metro a metro, pulso a pulso, voy ganando distancia, mas al constatar la poca cantidad de línea enrollada, me desmoralizo: aquello parece no tener fin.

Pocas veces he sentido esa angustia que nos hace desear que se rompa el bajo; hubiese sido una real liberación, pero los bajos de “Río” son tan buenos que dan asco… Así que con esos remolques de camión voy ganándola centímetro a centímetro.


clip_image010
Salmona Desovando


El sol se pone tras las montañas que dan al mar; una brisa pérfida cala mis huesos. ¿Por qué no me habré cambiado de ropa? 

Por fin, a unos diez metros la veo el poderoso lomo aflorar sobre el lago. ¡Ánimo! Ya está vencida. ¿Vencida? Qué risa: el angelito pega otra arrancada y recupera mucho terreno perdido. Vuelta a traer, enrollar, traer, enrollar…

Y se va la luz. Mi amigo estará preocupado esperando en la otra orilla, aunque seguro que divisa el submarino y eso lo tranquilizará. Peor es tener que descender con escasa luz por el arroyito de subida y sin pilas en la linterna. ¡Soy el colmo de dejación!, ya me lo decía mi Mamá.

Respiro cuando vuelvo a verla muy cerca y decido tirar a lo bruto. A unos cuatro o cinco metros, la trucha empieza a revolcarse rabiosa: ¡no está por llegar a saludarme! Pero sigo empleando todas mis fuerzas, no muchas después de casi una hora de lucha libre por parte de ambos: ¡si hubiese roto el anzuelo! Justo castigo a mi idiosincrasia…

Me dispongo a cogerla por la cola, sin de sacarla del agua, cuando noto total falta de tensión: ¡he perdido el pez! ¡Ahora que quería verlo! ¡Y se llevó mi pobre mosca! Es suficiente, lo demás que habría seguido nada importa.

El regreso es mejor que la subida porque sigo justo la huella que hice en la mañana. El lucero de la tarde anuncia la salida de la luna; el viento se ha calmado y la paz vuelve al lugar donde aun reina. 

Siento mucho frío pero estoy tan preocupado con el regreso que no quiero ponerme el chubasquero que tengo metido en la mochila. Ni siquiera he desmontado la caña, lo cual voy haciendo según bajo.

En la orilla de enfrente, aguas arriba, diviso una fogata: es mi amigo que me alumbraba el regreso. Me reta cuando llego: 

“¡Lucho! ya no tienes la edad de hacer estas barbaridades. Pensé que te habrías extraviado, o que estarías con una pierna rota colgado de alguna roca. La próxima vez iré contigo, porque conociéndote sé que habrá próxima vez…” 

“No lo dudes, pero quizá si no vuelvo es porque estaré muertecito”, le respondo. 

Y le cuento parte de lo vivido con Carlota. Decir todo me pareció profanar este santuario de los siglos y hasta es posible que no me creyese.

¡Qué más me da! Lo importante es que soy feliz con mi nuevo Amor. 



                                          Luis Antúnez.

4 comentarios:

  1. Sere yo el primero en comentar mi querido Maestro.

    Un relato que parece parido por la pluma de un jovenzuelo mosquero y no de un Maestro Mosquero con "taitantos" años a sus espaldas mojando moscas.

    Y es que hay personas que entienden la pesca a mosca de una manera muy particular. Algunos seguimos tus pasos y sentimos la pesca a mosca como algo muy profundo.

    Deseo llegar a tu edad posando moscas por los rios y seguir saboreando las sensaciones que a ti te producen.

    ¡¡Forja de Mosqueros!!

    Entre los ojos llorosos y las manos temblonas no puedo proseguir.

    Un entrañable abrazo... por siempre Maestro.

    ResponderEliminar
  2. ¡No tienes remedio, Don Lucho! Y cuando te llegue la hora seguirás igual, un muchacho alocado ¡Bendito seas! Mientras otros ganaron fama y concursos, dinero, ponderando lo buenos pescadores que son, dando cursillos y consejos de pesca a los incautos, cobrando claro está; tú no has ganado nada, nada que se pueda tocar y medir, ¡ Eres un inconsciente! ¡Feliz porque se le posa un pájaro en la calva y le caga encima! (A mi me ha pasado, leyendo un libro entre la floresta un mosquitero me anduvo enredando en el pelo que aún tenía ¡Ayy!, y mal lo tuvo que ver que decidió abonarlo antes de irse). Así te veo, un muchacho con un pajarito posado en la calva, una sonrisa beatífica y un aura enorme y dorada envolviendote.
    ¡Doy gracias a los dioses por haberte conocido y amado!
    Quiero que sientas este abrazo que te mando en el corazón. Te quiero Luisillo.
    Tú sabes quién soy.

    ResponderEliminar
  3. Es inútil que te escondas. Tu bella prosa te delata.
    Y te digo que esos pajarillos que se posan en mi calva son mi alegría. Peor son los otros pájaros que están dentro de mi cabezota.
    Yo también te quiero.

    ResponderEliminar
  4. Querido maestro, benditos Reyes Magos que nos han traído a los seguidores de este blog tan buen relato ¡y con fotos! De todas maneras lleva razón el poblador si no te deja sólo por esos andurriales. Tus diatribas con la curvita del anzuelo me son bien conocidos, y ser humanos también nos engrandece. Muchas gracias por compartir con nosotros, ese día en la laguna Carlota y tantas y tantas cosas más. Un abrazo maestro.

    ResponderEliminar