De Ríos y de Truchas. Y de Pesca a Mosca. Y de amigos mosqueros.

Aquí se plasmarán todas esas ideas, sensaciones y vivencias de un pescador a mosca y de su grupo de compañeros.

Su finalidad es tratar de inculcar que la pesca a mosca puede llegar a ser una forma de vida.

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Competición NO..... Gracias.

jueves, 27 de marzo de 2014

DOS GENERACIONES DE BUENOS MOSQUEROS UNIDOS. RIO MALO…


            Queda muy poquito para blandiendo cañas y surcando el aire con las líneas posar moscas en nuestros añorados ríos.

La espera se vuelve insufrible, preparamos y revisamos equipos ansiando cual lebreles nos suelten traílla y raudos caminemos en pos de nuestros ansiados ríos. 

En esa espera para que se nos haga más liviano… o quién sabe si acreciente nuestras ansias, os muestro un precioso relato de uno de los mosqueros más apasionados que conozco, al punto que hizo de la pesca a mosca una forma de entender la vida. 

Desde la Trapananda Luis Antúnez padre y Luis Antúnez hijo (grande el padre y no menos grande el hijo) os ofrecen éste maravilloso relato, ni quito ni pongo coma…
 
             El Malo ese paraíso encontrado.
 


“Sobre encantadoras piedras espaciosas como terrazas palaciegas, refrescado por el sándalo de los claros de luna, acariciado por las suaves y silenciosas brisas de los bosques, feliz aquel que vive así soñando con la salvación del mundo”.

 Santideva.


 

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Cuando por vez primera lo pesqué acompañaba a mi amigo Javier Fernández del Rivero, el gran artista de la fotografía (javier@javierf.com)


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Comenzamos en tramos cercanos al puente de la carretera. Sin muchas respuestas, con su escaso fondo y nulos pozos hizo que Javier refunfuñara y pidió que nos fuéramos a otro río “conocido”. Abandonamos.


Pero sus aguas cristalinas habían calado en mi conciencia quedándome la duda de una posible mejora del cauce en las zonas más altas. Desde un punto lejano en la carretera se divisa un ventisquero en las cumbres de las montañas. Sus aguas parecen bajar por un cañón. ¿Sería el origen del río Malo? Sus aguas llegarán a un intuido desfiladero con menos pendiente y allí tendría fondos mejores. Para comprobar esta suposición no había otro medio que ascender por el cauce ya que el bosque circundante es una selva virgen. Fueron necesarias varias jornadas para explorarlo tratando de salvar rocas, bosque y gigantescos árboles caídos que cierran el camino. Quedé sorprendido el día que conseguí llegar a los primeros pozones profundos y a las grandes tablas paradas; los resultados fueron magníficos. Dejando a un lado las numerosas truchas chicas, logré cinco o seis buenos peces, el mayor de más de los cincuenta y cinco centímetros y las otras no bajaron de los cuarenta. Son todas truchas fario de tan clara librea como el agua que las nutre, muy asustadizas y luchan bastante más de lo que cabría esperar con relación a su talla.

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Entusiasmado por el éxito de ese primer día, traté de convencer a mi hijo Luis para que lo pescase en mi compañía, cosa harto difícil porque hace años que no logramos pescar juntos y solos. Mas tanto insistí que lo conseguí. Así transcurrió esa memorable jornada.




Día caluroso, sereno. A nuestro paso por el bosque el perfume de las flores, de las tepas (1), del pasto tierno y húmedo embalsaman el aire. Los coigües (2) gigantescos tamizan la luz del sol refrescando la calurosa jornada. La tenue brisa canta en la fronda el mensaje eterno de la Trapananda (3)


Mi Hijo carga con un ligero equipo de pesca; yo con el de fotografía y el inseparable bastón de caña de colihue (4), ese que logra salvarme de bastantes malos pasos… Nos acompaña Fénix, el labrador de Luis.


La huella que nos lleva zigzaguea en un continuo avanzar y retroceder entre el denso arbolado. Mi hijo quiere abreviar el camino atajando por el cauce del estero, mas yo temo esas rocas grandes y resbalosas: ¿serán mis botas o mis años? Una caída allí podría significar un hueso roto, y en estas soledades… Así que continuamos por el laberinto del bosque. Además su hechizo realza el encanto de la andadura: resulta un auténtico privilegio estar sumidos en tanta armonía.


Alcanzado un punto en el cual la selva cierra el paso totalmente nos vemos obligados a salir al río. Después de cruzarlo repetidas veces, subimos hasta una abandonada tapera (5) Ante su muda y melancólica imagen nos invade una cierta tristeza; parecen flotar en el ambiente los fantasmas de las gentes que la vivieron. 

 

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Desde este punto iniciamos la definitiva bajada a los tramos buenos del Malo (no es un juego de palabras) Parece otro río distinto al de la zona baja: cauce amplio, profundos pozos, largas tablas paradas, rápidos que brincan entre grandes rocas se ofrecen como un mágico talismán. Sus aguas esmeraldas, de absoluta pureza, resaltadas por el sol que las ilumina; esa selva virgen que tapiza ambos márgenes, en fin, todo invita a la contemplación, al asombro pero hay que seguir porque nos esperan más zonas fecundas y se nos está haciendo tarde. Mas Luis sucumbe a la tentación de sondear el tramo.


Al primer lance sube una trucha. Seca la mosca, sube otra. Luego otra, y otra… Tras mucho insistir consigo liberarlo del embrujo que lo hipnotiza. Reanudamos el peregrinaje.

 



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Según ascendemos más, el cauce se va clavando en las entrañas de la tierra. Aparecen cada vez mejores tablas, prometedores pozos. Luis vuelve a detenerse: ¡cómo no saborear tantas delicias! Yo también hice lo mismo la vez primera que lo conocí.


 


Entran bastantes truchas pero muchas rechazan. Evidente, se hace tarde; insisto en continuar; mi Hijo no responde, está ausente, desmaterializado.


Cuando en la mañana iniciamos la marcha eran las once, ahora serán sobre las tres pasadas. El sol proyecta más sombras sobre el cauce, pero nos engaña la sensación de que acá el tiempo se detiene… ¿Nos serán descontadas estas horas del reloj de arena que señala la duración de nuestras vidas?


Ver a mi Hijo pescar es para mí pura satisfacción: las etéreas posadas que no marcan el agua al impactar la línea en ella; los lances lejanos, precisos y en el momento oportuno; el perfecto movimiento de la caña que evita dragados indeseables… Sí; no hay duda: Luis no es ya aquel diablillo al que no podía soltar de la mano porque le arrastraba la corriente. Tampoco necesita la ayuda de su padre para desenredar los cientos de nudos que habitualmente hacía en la cola de rata.

 

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¡Cuántos años han pasado! 

No puedo evitarlo; me invade el sentimiento de la Impermanencia del Todo. ¿Por qué no confesarlo? Brota una lágrima de mis ojos.


Resulta dificultosa la marcha aun por el cauce; hay numerosos árboles caídos que impiden el paso normal como este de la fotografía que cruza el río de margen a margen. Sortearlos resulta incómodo, mas pián piano…


 


La apoteosis de la jornada llega cuando alcanzamos la catarata: enmudecemos. Hablar aquí parece profanar este santuario que levantaron los milenios; estamos sumidos en lo Eterno: 

¿quién habrá sido el necio que bautizó este río como El Malo?

 



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En una de las muchas salidas del laguito formado por el salto, una soberbia trucha toma. En menos de dos cuartas de fondo, iluminada por los últimos rayos solares ese pez, brillante como un diamante, ignora el mundo. Luis me pide que la filme; no importa la pesca. Y continuo filmando cuando él realiza los primeros lances.


No la asustan varias posadas de seca. Al final se arriesga y coloca la mosca a un metro por delante del pez con un lance curvo para apartar la línea de su vista; la tenue corriente la aproxima con desesperante lentitud hasta situarla dentro de su campo de visión. Transcurren segundos que nos parecen siglos. 

¿La tomará? ¿No la tomará? 

Al final sube como un rayo; Luis clava certero y... ¡ni la toca! Coincidimos: ha sido un rechazo en la última fracción de segundo. Mal augurio.

 

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Lo mismo sucede con otras buenas truchas del pozón, lo que significa que el banquete finalizó: ¡hemos llegado tarde! Además todas ellas, que al asomarnos estaban visibles en superficie, se van profundizando lentamente hasta desaparecer en el abismo verde del agua. Luis no se rinde y ata una ninfa que, al no estar muy lastrada, la corriente la levanta del fondo. Ante esta situación sería acertado pescar a favor de la corriente y…:


-“Voy a pasar al otro lado del chorro para pescar de espaldas…”-

comenta Luis. ¡Me lo temía! Es lo correcto.

 

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Atravesar el poderoso chorro de la caída sobre resbalosas y lisas rocas es pura locura, pero conociéndole ni siquiera intento disuadirlo. Por las fotos que acompañan estos comentarios podréis juzgar esta tentativa de suicidio…

 

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Mi angustia al verlo es tan grande que hasta pienso quitarme el vadeador para poder socorrerlo ante una fatal eventualidad: un golpe en la cabeza al ser arrastrado sería mortal.


 


Por suerte este loco consigue superar los peligros y llega de nuevo junto a nosotros dando un total rodeo al pozón. Fénix y yo respiramos.

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Hay que regresar, se hace noche y el camino no es precisamente cómodo.


Luis corre como un corzo pese a que, por ayudarme, decide cargar con el equipo de fotografía. Yo llevo su caña enfundada… A cada cien metros debe esperar al patoso de su padre. Y tan patoso soy que acabo mojando su caña y mi camisa:

 

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¡hace calor…!

-“Si vamos por el cauce tardaremos mucho menos.” –

sugiere con razón mi Hijo. Al final, a causa de ese temor genético que tengo a las grandes y traidoras piedras nos dividimos: él por el cauce, yo por el mágico bosque.


Cuando le pierdo de vista me invade una cierta tristeza. Me vienen a la memoria unas palabras de Gilbrain: “los hijos son flechas libres al viento.” Mi subconsciente me susurra: y un día cualquiera, y para siempre, los padres nos quedamos atrás.


Cuando llego al auto Luis ya se ha quitado el vadeador y descansa plácidamente junto a Fénix, el otro apasionado pescador.

 

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Puedo asegurar que esta jornada ha sido, al menos para mí, una de las más bellas, de las más felices vivida en muchos años. Quizá tendría que remontar en el pasado a otra lejana tarde en el Chorrón de Galisancho (España) en la que logré desenredar de su aparejo el nudo número mil del día.


¡Quién podría pensar por aquel ayer que el Río habría de ser nuestro común camino, el camino que lleva nuestras vidas paralelas!

 

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Luis ¿verdad que esta manera de pescar tiene algo que las palabras no pueden expresar? No se trata aquí de monstruosas truchas; ni de pescar muchas o pocas. Hay más, mucho más, en Santuarios como este. Pena que tu hermano, el Pequeño Saltamontes, no haya estado con nosotros.


Lo quieran o no lo quieran reconocer, el Arte de la Pesca con Mosca es nuestra religión y su Fluir lleva las existencias de todos al nirvana final.


Querría volver contigo al Malo, ese Paraíso tan bello. ¡Este río de esmeraldas me tiene embrujado! ¿Qué habrá más arriba aun…?

 

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¡Gracias por estar, una vez más, junto a tu viejo! 

 





Notas:


Tepa: Laurel, Laurelia sempervirens. Árboles de hasta 40 metros de altura y 2 m. de diámetro.


Coigües: Nothofagus dombeyi. Árboles de hasta 50 m. de altura y más de 4 m. de diámetro. Son los más altos y centenarios de Patagonia.


Trapananda o Saltrapananda: Nombre que los indios daban a lo que conocemos como Patagonia de Chile.


Colihue: Chusquea culeu. Caña de unos 8 m. de altura, similar al bambú, maciza y que muere después de florecer.


Tapera: Cabaña rústica, de madera, incrustada en la tierra para protegerse del viento, usada por los primeros pobladores de Patagonia. Realmente esta que vemos es más bien un “puesto” que usan los leñadores para dormir en ella.

 


Bambú.





                             Luis Antúnez Valerio.

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