De Ríos y de Truchas. Y de Pesca a Mosca. Y de amigos mosqueros.

Aquí se plasmarán todas esas ideas, sensaciones y vivencias de un pescador a mosca y de su grupo de compañeros.

Su finalidad es tratar de inculcar que la pesca a mosca puede llegar a ser una forma de vida.

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jueves, 5 de septiembre de 2013

SOMBRAS DEL RIO …

          En varias ocasiones he dicho que éste blog es por y para vosotros, los lectores del mismo que con vuestro apoyo me hacen proseguir por la singladura elegida.
Pablo Jaro es un joven mosquero y, como tal su diario mosquero es un tomo casi en blanco. Nos ofrece un relato de una jornada de pesca vivida en primera persona donde entre otras cosas se puede apreciar sus ganas e interés por abundar en este sin vivir que es la pesca a mosca.
Muchas gracias por tu aportación que, personalmente, me parece espléndida.

Lasmoscasdepaco.

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Sombras del río


          Deseada jornada que mi padre y yo decidimos afrontar en un precioso río calizo en el mes de la hierba amarilla, en plena canícula veraniega.

Nos levantamos muy temprano, sobre las 5.30h el despertador empezó a cantar y como un resorte salí de la cama ansioso por subirme en el coche y volver a contemplar tan imponente paisaje después de un año sin haber pisado aquellos caminos y sendas.

Por el camino disfrutamos de la visión de una gran cantidad de corzos, muchas hembras con los corcinos aún de pequeño tamaño, así como cuatro zorros, incluyendo una pareja de hermanos que buscaban sorprender a algún desprevenido roedor al alba en los campos de cebada recién segada y otro que cruzó la carretera y se quedó mirando curioso el coche antes de desaparecer entre la alta hierba.

Al llegar al río, era como si el monte aún se estuviese desperezando y la naturaleza nos deparó otros regalos como por ejemplo una gama con su pequeño en un chopera a la orilla del río, otra hembra de este cérvido de manto a lunares blancos que junto con la cría del año anterior y el pequeño de esta primavera, cruzaron nerviosos el río a nuestro paso, o una cierva que también con su cervatillo bajaba a beber y de lo que mi padre fue testigo privilegiado.

El río presentaba un color grisáceo, como si sus aguas quisiesen preservar con recelo la vida que albergan dándole un toque misterioso y atrayente a la vez.


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Tras dejar el coche y equiparnos nos dispusimos a iniciar la pesca. 

Mi padre se desplazó por la orilla río abajo, mientras que yo le alcanzaría poco después ya que me quedaba en un bonito pozo y una pequeña corriente que el año anterior me deparó mi primera captura en este bello paraje.

Nada más entrar prospecté la citada corriente y tras varios intentos conseguí que una trucha siguiese mi mosca, pero decidió que no le apetecía el menú presentado y no volvió. 

Mientras, en el pozo, dos moradoras del río se cebaban con cierta frecuencia y a por ellas que fui; la primera, pegada a la orilla, debía saber lo suyo y al primer lance que realicé cesó en su actividad, por lo que me centré en la otra, que no paraba de comer. 

Después de insistir un rato sin éxito, opté por cambiar de imitación y en el primer lance se ceba franca, clavo y se lanza rauda hacia mi posición, que unido a su pequeño tamaño y a que no esperaba esa reacción me hizo perder la primera del día.

Después de esto me dirigí al encuentro de mi padre que ya había conseguido tres preciosidades en un tramo de apenas diez metros de río, y me comentó que había otro pescador algo más abajo; por mi parte le dije que justo por encima de donde había empezado yo, habiéndome visto, se habían colocado dos o tres sin avisar y pisaron todo el tramo por arriba sin tino ni cuidado y con demasiadas prisas.

Viendo el panorama mi padre me señaló unas tablas unos veinte metros por encima de su posición y me indicó que lo intentase por ahí.

No se veía actividad, pero posando con suavidad y precisión en los huecos entre las numerosas algas ocurrió que una sombra se elevó desde el fondo, persiguió la artificial y la tomó con ganas, a lo que respondí con el cachete y recogiendo línea con premura pues no era precisamente pequeña y buscaba el perdedero entre la numerosa vegetación. Una vez que la tenía a los pies, al echar mano a la sacadera, un último revolcón terminó con su momentáneo cautiverio, pero en fin, ¡al menos la engañé!

Proseguimos río arriba y pude presenciar desde una posición algo elevada en la orilla cómo un bonito ejemplar tomaba la mosca de mi padre, pero no consiguió clavarla bien y escapó….siempre que se pierde una buena te quedas algo descolocado, pero fue un bonito lance al ver la cebada, la posada perfecta y la subida confiada del animal.


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Poco después, en un profundo pozo, a la caída del mismo, conseguí la primera del día, de oído porque no vi la cebada, sino que la escuché e intuyéndolo, clavé. 

Una pequeñaja muy punteada y nerviosa que tras la foto, al agua de nuevo.


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Proseguimos un rato más hasta llegar al coche a la hora de comer; sacamos unas sillas y con bocadillos, agua fresca y buena fruta nos repusimos y reposamos algo más de una hora escuchando el discurrir del río y charlando.


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Después de haber repuesto fuerzas volvimos al río. 

En la misma posición en la que por la mañana tras dos intentos no había conseguido nada más que perder una captura, al lado mismo del coche, observé una cebada cerca de la orilla y entre las sombras de la abundante vegetación. 

Tras esperar a que el viento me dejase posar con precisión, coloqué la mosca en el lugar preciso y la subida fue franca, clavo y una bonita trucha acaba en la sacadera.


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Mi padre se decantó por una preciosa corriente poco espaciosa debido a la anchura del cauce y la vegetación de la orilla, en la que en las zonas sombreadas de la misma consiguió clavar una maja que le dio el “cambiazo” entre las algas del fondo y otra también terciada se le resbaló entre las manos, ambas casi en el mismo sitio.

Por mi parte, avancé hasta situarme algo por encima en unas tablas poco profundas que parece que ya habían reposado suficiente desde que lo pescaran por la mañana, porque nada más entrar al agua asusté a una truchilla y vi otra cebarse.


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Con ilusión comencé a inspeccionar cada rincón entre la vegetación, detrás de cada pequeña roca que se veía en el cauce, y fue en estas posiciones desde donde dos sombras se lanzaron a tomar la mosca en bonitos lances. 

Hubo dos más, una sólo siguió la mosca y se asustó al verme y en el caso de la otra, me pareció ver en menos de un palmo de agua una extraña figura entre las algas, tras lo cual posada certera y subida a engullir la artificial, pero me precipité al clavar y la sombra desapareció tras una cabezada en el agua.

Esto ocurría en los primeros seis u ocho metros, en el resto de la tabla nula actividad y aguas profundas me hicieron avanzar río arriba hasta encontrar a mi padre, que no había tenido mucha fortuna.


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Decidimos afrontar una última zona de aguas lentas rematadas en una buena corriente con las primeras sombras de la tarde.


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Y así, mi padre y yo avanzando a la par por el cauce, buscando sombras del río, solamente escuchando el susurro del agua, la línea volando y los sonidos del monte, lance tras lance, acabamos el día con las sombras recorriendo el cañón y las últimas capturas disfrutadas por ambos, para poner punto y final a una jornada cuyos instantes y vivencias se saborearán aún durante mucho tiempo.


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Pablo Jaro

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