De Ríos y de Truchas. Y de Pesca a Mosca. Y de amigos mosqueros.

Aquí se plasmarán todas esas ideas, sensaciones y vivencias de un pescador a mosca y de su grupo de compañeros.

Su finalidad es tratar de inculcar que la pesca a mosca puede llegar a ser una forma de vida.

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Competición NO..... Gracias.

jueves, 29 de agosto de 2013

NO. NO FUÉ UN SUEÑO …

          Hoy, mi onomástica. Un año avanzado el medio siglo.

Me apetecía exponer algo muy especial, quizás cosecha propia.

Más prefiero un relato de mi maestro.

El relato de un grandísimo mosquero, de esos que llegan al alma y al corazón.

Espero disfrutéis con su lectura….


No, no fue un sueño.


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Glaciar de hielos milenarios: Campos de Hielo Norte.


Creo haber dicho que narraría lo sucedido con una bella trucha en el LOU LAKE, como colofón de uno de los muchos viajes que suelo hacer por los campos de Hielo Norte. Resumido y retocado, acá está.

Cosa de un par de años antes mi amigo Javier vio una “aterradora” trucha en ese lago y cometió el error de contármelo. Desde esa fecha intenté con frecuencia encontrarla sin conseguirlo jamás, salvo un día de principios de temporada: desde la lejana orilla opuesta confirmé la noticia de Javier: pese a la distancia ¡qué lomo, qué aletas…! Por ello en esta ocasión, y antes de regresar a Coyhaique, decidí probar fortuna por enésima vez.

Mucha es la distancia, y peor carretera, la que existe desde los campos de glaciares hasta el legendario lago, pero no hay prisa: me basta llegar a la hora de cenar y dejar la pesca para el siguiente día porque pernoctaré en el auto; ventajas de no tener a nadie que me espere. 


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Malos caminos…pero qué bellos.


Y así fue: alcanzado el punto más cercano al Lago hago una frugal cena en mi Delica, extiendo el saco de dormir y me quedo largo rato contemplando los millones de estrellas del inmaculado cielo patagón, presididas por esa hechizante constelación que es la Cruz del Sur. Mi mente quiere pensar que la historia se repite: ¿cuántas veces habré estado en tal situación?

Cuando amanece, después de un apresurado desayuno, cojo el patito, las aletas, la caña y todo lo demás para trepar por un cerro intrincado, desde cuya cima bajo a “tumba abierta” hasta la orilla del lago. Larga lucha contra las ramas del bosque que insisten en quedarse con el pato, las aletas y hasta con mi piel; resbalones numerosos; palabritas nada ortodoxas, y al final de dos horas de camino me encuentro con la sorpresa de un lago radiante, sereno, sin viento: es una promesa pocas veces concedida. Con tal calma será más sencillo localizar esa quimera. 


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La isla del relato.


Logro cruzar el tramo hasta la isla donde había sido avistada la “ballena” sin el menor contratiempo y allí desembarco, varo el pato lejos y lo ato a una piedra: ¿qué pasaría si se lo lleva el vendaval? Nada malo: moriría junto a Ella.

Me sumerjo entre unas gruesas rocas a esperar la improbable aparición de tal dama. 

-¿Vivirá? –pienso. 

Tengo esperanzas de que así sea dado lo poco accesible del lugar: los escasos pescadores de a pié que por aquí discurren no pueden alcanzarlo y las lanchas tienen poca profundidad para acercarse, so pena de romper las hélices contra el somero fondo, además de ir precedidas por una escandalosa música que ahuyentaría al más tonto de los peces.

La optimista hipótesis será una ayuda para resistir las quizá largas horas que deberé aguantar. 

En el transcurso de la jornada hay varias apariciones nada desdeñables, pero por temor a espantar a la que tanto deseo decido no realizar lance alguno.

 Hice mal, porque la tarde agoniza; la luz se va y con ella se van mis esperanzas de tan deseado encuentro. 

Cuando salgo del lago minutos después, angustiado ante el temor de que Ella no viviese, voy subiendo la pendiente y sopesando la posibilidad de no marcharme al día siguiente.

Si dispongo de provisiones, de un confortable lecho y mantengo las eternas ilusiones que han sostenido mi pobre vida, pues ¡mañana…!


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Si dispongo de provisiones, de un confortable lecho…
Al fondo el cerrito de los coj…


Y mañana amanece con sol también, pero una brisa ondula la superficie del lago. Con los reflejos que se producen divisar los peces resulta complicado, máxime sin disponer de gafas polarizadas, pero su magnífico tamaño me da cierta seguridad de localizarla y de disponer de tiempo suficiente para lanzar sin asustarla. 

La travesía hasta la isla es más movida que en la jornada anterior por causa del dichoso vendaval que, además, parece ir en aumento; navegar en un patito con el viento en contra no resulta nada sencillo ni hay garantías de no bañarse: algunos sabréis que las olas acostumbran a romper contra el flotador y hasta saltan por encima del navegante.

En la Isla ocupo el mismo puesto de espera de ayer; en él estoy algo resguardado de la “brisita” que hiela los huesos. 

Pienso en los turistas pescadores que nos llegan imaginando lo sencillo que les resultará sacar un gran pez en Aysén… ¡Ignorantes!

Así se presenta la situación: al ser frontal el aire, mi mosca será rápidamente arrastrada hasta la misma orilla. Por ello, si nada más divisarla lanzo de inmediato, ese empuje hará que la trucha no vea la imitación al encontrarse ambas muy distanciadas entre sí. 

Mas si lanzo tarde es casi seguro que la asustaré con el golpe del mosco y la oportunidad se esfumará. Lanzar suavemente contra el viento una pesada imitación no me es posible dada mí maestría. 

Por si fuese poco, las dos cuartas de agua que hay por delante del lugar de espera aumentan las dificultades de posar silenciosamente con garantías de éxito, máxime sobre un sabio pez: ¡dichoso viento…!

Pasan quizá las mismas truchas del día anterior y a punto estoy de intentar pescarlas, pero… Tengo que ser porfiado y aguantar hasta el final; yo no he venido para pescar “pequeñeces” como los son esas tentaciones. Dos o tres cuartas de pez: ¡bah…! Ante tales infantiles pensamientos me sonrío.

Hago una temerosa prueba para saber lo que aguanta la mosca a unos tres metros de la orilla antes de ser arrastrada a mis pies por el oleaje: no transcurren más de unos treinta segundos. 

Tendré que lanzar más lejos para alargar su permanencia en zona favorable, si es que aparece mi sueño; y ello resulta peligroso, pues de tal manera la propia línea deberá pasar por delante de sus morros.

Transcurren las horas. El sol se acerca al horizonte; la luna le sigue sumisa y silenciosa: 

¡mi trucha no aparece! 

Cuando estoy pensando en abandonar la espera algo me paraliza: una enorme aleta surge como por encanto a unos diez metros:

¡Seguro! ¡Es Ella! 

Su trayectoria transcurre paralela a la orilla, pero acercándose cada vez más a la misma. 

Me hundo entre las rocas que me protegen para pasar inadvertido, con el dilema de lanzar ya o esperar un poco más. 

Mis nervios me traicionan: lanzo a destiempo al presumible punto de su recorrido y el viento favorece al pez arrinconando mi mosca en las mismitas piedras de la isla:

 ¡seré idiota!

¿Y ahorita? ¿Lanzar otra vez sobre ella ahora que se encuentra en el justo lugar? ¡Ni hablar! ¿Pasar la línea sobre ella? ¡Pero hombre…! eso es una locura. ¿Esperar para ver si regresa de nuevo a mi zona? 

Bueno: vive y si no la pesco al menos he disfrutado al ver tan magnífico ser. 

En los breves instantes que suele mirar hacia mí puedo contemplar el blanco de su garganta y los movimientos de sus ojos: nos separan unos tres metros, pero ella sigue el paseo alejándose de su enamorado, por cierto más y más nervioso a cada segundo que pasa: ¡se va! No me queda otra opción que la resignación porque cualquier movimiento para lanzar será indudablemente detectado. 

Espero mucho tiempo su posible regreso. Sospecho que es demasiado pez para un necio como yo. 

Casi feliz de no haberla molestado, liberada mi conciencia de tan perversa jugada, me levanto de mi escondite dispuesto a regresar al auto antes de que la oscuridad haga aun más complicada la maratónica vuelta. 

¡Otro día será!

¡Quieto! repite la voz del subconsciente: la grandiosa aleta regresa casi por el mismo camino que había recorrido al alejarse. 

Me sepulto con tal vehemencia sobre las rocas que mi columna protesta, pero resulta evidente que en semejantes circunstancias no estoy dispuesto a escucharla. 

El pez viene hacia mí paralelo a la orilla y a un metro de la misma. Busca ninfas entre las piedras: ¿se interesará por un mosco seco? 

No puedo pensar con claridad y lanzo bastante desplazado a la izquierda a unos cuatro metros lago adentro; inclino la caña horizontalmente para disminuir el riesgo de que la vea. 

Los brillos de los barnices de las cañas realzan su belleza, pero no me gustan nadita.

Tal como lo he previsto, el viento empuja hacia la orilla a la mosca. La trucha se mueve con desesperante parsimonia, pero tengo esperanzas de que se logre un oportuno punto de conjunción. 

Hay momentos que la mosca tiene más velocidad de la necesaria, mientras que ella se entretiene en mover piedras para cazar ninfas: se demora el desenlace de la novela. Yo tirito y no creo que sea por frío… 

Por el poco fondo existente queda al descubierto su enorme cuerpo por encima de la línea lateral. Hasta hay momentos que el pez pierde el equilibrio por falta de profundidad: ¡qué belleza! 

Decir que yo pienso es decir tonterías: 

¿soy yo el que está allí? No, me he convertido en una cosa material sin pensamiento alguno, como esas piedras que hieren mi retaguardia.

Cuando falta menos de un metro para el decisivo encuentro, el pez se detiene:

¿habrá descubierto el engaño? Verme a mí es imposible: yo no existo, seguro que estoy desmaterializado… Hasta he perdido el sentimiento de persona.

¡Por fin arranca de nuevo! Ya es seguro que puede ver la mosca: ambas no están separadas por más de tres cuartas. Incertidumbre: parece ignorarla. 

¿Qué hacer para incitarla a probar ese manjar? Me juego la baza al azar: unos sutiles tironcitos de la línea con la mano izquierda, sin mover la caña, producen unas ondas insignificantes en las olitas del agua. 

La trucha no demuestra prisa alguna pero gira bruscamente su cuerpo y pone rumbo hacia el engaño. Se acerca; abre su boca y, finalmente, ¡lo toma! 


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Trucha volteando…


Al sentirse trabada, como si se tratase de un huracán, levanta una cortina de agua que moja mi cara. 

El carrete chirría y mi mano izquierda no es capaz de dar la cantidad de aparejo a la velocidad que Ella desarrolla: el puntal de mi Sage toca el agua.

Esas posturas de la caña recta con la línea conducen casi siempre a la rotura pero, milagrosamente, consigo recuperar la verticalidad: me sigue ayudando el dios de las aguas.

Al llegar a una veintena de metros lago adentro, el pez salta como un delfín y, apoyado sobre su cola, mueve la cabeza con violencia en un intento de soltar “aquello” que tiene en la boca.

Me siento impotente de sujetar esa furia plateada, si bien me es ya indiferente lograr tocarla si deberé perderla: he conseguido hacer realidad un nuevo sueño y el desenlace que sea no quitará valor al episodio.

Anochece. 

Las carreras no cesan y mi brazo se cansa; cuando la tengo al lado mío, arranca con la misma potencia del principio. La estoy estresando más de lo conveniente, así que decido caminar lago adentro contra viento y marea para tratar de cortarla en cualquiera de sus poderosas carreras. En una de ellas pasa a la justa distancia de mi sacadera y, con presteza, acierto a meter su cabeza dentro del “chinguillo”, y digo “cabeza” porque es lo único que cabe en él: se queda casi toda su mole fuera de la red, pero resulta suficiente para poner punto final a las carreras. 

La llevo a la misma orilla sin sacarla del agua; en ese breve tramo sus coletazos dentro de la sacadera hacen vibrar todo mi cuerpo. 

La desanzuelo: compruebo que está prendida muy levemente por la comisura de sus labios, señal segura de que precipité la clavada; con pocas carreras más habría logrado soltarse. 

¡Nunca aprenderé!

Más serenos ella y yo, acaricio sus flancos con el dorso de mis manos hasta que alcanza su total relajación. 

Mide más de cuatro palmos, aproximadamente, y su diámetro es descomunal. 

Cuando la suelto permanece a mi vera como antes lo han hecho tantas otras: siento remordimientos por haberla molestado. 

Una vez más me regaño de no haber empleado un anzuelo sin punta, pero eso es una canción ya vieja, ¡viejísima! que siempre suena al tratar con verdaderas señoras. Me avergüenzo de mi hipocresía; no tengo salvación y un buen dios me castigará irremediablemente… 

Para expiar mi pecado le pido que en mi próxima reencarnación sea yo trucha para saber lo que es tener clavado “algo” en la boca mientras un viejo chocho tira y tira desde tierra.

Se aleja lenta, con serenos movimientos ondulantes: acuden a mi mente recuerdos del ayer. 

Lago adentro se detiene para mirarme: ¿será un adiós definitivo? Por mi parte nunca más volveré a pescarla ni llevaré a nadie para que la dañe, pero vendré a visitarla con la cámara de fotos en ristre: ¿por qué renunciar a tanta belleza? Es lo mismo que me sucede con las mujeres; en mi vejez me contento con mirarlas, ¿para qué más?

Sin peso, suspendido en el éter, monto en el patito para regresar al punto por el que entré al Lou Lake. 

Desinflo el flotador para transportarlo más cómodamente. 

Aunque casi me envuelve la oscuridad no resisto mirar la isla del encuentro antes de perderme en el bosque.

La subida por el cerro se hace suave porque parezco estar empujado por un motor poderoso. 

Tampoco noto si me arañan las ramas…

Cuando alcanzo el auto, ya noche cerrada, su recuerdo habrá de acompañarme todo el camino de regreso al hogar. 

¿Todo el camino “no más”? No, todo el resto de mis días. 

Hasta es posible que mi último pensamiento sea para volver a pedir perdón por haberla profanado en este Santuario que es mi Patagonia, paraíso que me ha sido dado por “alguien” para que pueda morir feliz en él.



Bambú.


Luis Antúnez.

miércoles, 21 de agosto de 2013

UN GLORIOSO PESCADOR…

Agosto es un mes en general malo para la pesca, al menos en la zona centro de la ibérica.
Mucho calor, muchas horas de luminosidad intensa y unas lunas esplendorosas no propician jornadas abundantes en capturas.
Debido a ello y aprovechando fechas próximas para mi onomástica, os ofrezco un relato ameno real y humorístico.
Luis Antúnez me envía desde la Trapananda un escrito que a buen seguro nos hará pasar un rato divertido.

LasmoscasdePaco.



Un Glorioso Pescador.


En esta tarde invernal de agosto, aislado por la nieve y la ventisca, me vienen a la memoria muchos de los pescadores con los cuales tuve el privilegio, ¡o el suplicio! de pescar o de acompañar. 

Entre los pescadores recordados los podremos encontrar de todo tipo, desde el zoquete empedernido, incapaz de lanzar a más de medio metro, o el docto lanzador que sólo sacaba peces cuando no tenía delante otros colegas, pasando por el “perfecto deportista”, fea palabra si se trata del Arte, que se ponía a temblar cuando estaba enfrentado a una humilde trucha con la lógica consecuencia de arruinar todo. 

Hoy deseo rememorar a una “autoridad” de la cual callo el nombre porque ya está muerta y no me gusta sacar trapos sucios en tales casos.

Ministro de la Dictadura, por cierto nada ejemplar en su vida política, era famoso por su despotismo y por su vanagloria de gran pescador; diríase que en vez de pescador con mosca pecaba con todo. Bueno, dejemos esos matices para centrarnos en su áurea de divo divino (perdón por la buscada redundancia…)

Por motivo que no viene al caso, nada agradable para mí como es sencillo adivinar, me rogó mi amigo Carlos Mondéjar que le sustituyese como guía de pesca de este Señor. Así que me vi en el compromiso de llevarlo por el entonces incipiente coto del Puente de Villarente.





Mas antes quiero recordar a Mondéjar, ese gran biólogo que realizó el milagro de convertir en aguas trucheras los ríos del Páramo leonés. 

Sin medios económicos, con la sola ayuda de los magníficos guardas que Él formó y los autos de la de media docena de pescadores con mosca entre los que me encontraba, consiguió fundar lo que en su tiempo fueron los “mejores acotados trucheros del mundo” (según opinión de afamados pescadores foráneos que los visitaron) Hoy ya no se parecen en nado a los de esa época, ¿verdad? Sigo.

Para empezar diré que tal ilustre Pescador parecía no saber lanzar con cola de rata si bien me aseguró que tenía el equipo en el auto, así que escudándose de tener un día ventoso (se movían tímidamente algunas hojas de chopos…) decidió tomar la cucharilla. De nada sirvieron mis sugerencias para que no abandonara la mosca dado que corría el mes de julio, época reina de nuestro Arte. Tampoco quiso ver la nube de machos de efímeras que ya volaban por las márgenes del Río desde bien temprano.

Muy dandi Él, con su pantalón bombacho estilo gentleman inglés, su foulard azul (¡faltaría más!) y su inefable gorra escocesa rematada con una borla voluminosa, ¡también azul! se aprestó a chapotear por las orillas que le ofrecían razonable apoyo a sus vacilantes pasos de ministro barrigudo.

En cambio sí preguntó por el color apropiado de la cucharilla que debería atar.

-Ponga una de color rojo- le sugerí sonriente. 

¡No tenía ninguna de ese color en sus cajas! Así que sin más consultas y refunfuñando entre dientes no sé qué comentarios, ató una dorada y azul de tamaño natural.

-Mire, Ministro, hay una trucha tomando en esa postura, tras las sargas de enfrente…- le señalé de mala gana.

-¡Ya la he visto! ¡No soy ciego…!-me espetó con su proverbial sequedad.

Realmente no había visto nada; hasta empecé a dudar que supiese lo que es una “tomada”, pero preferí callar y disfrutar maliciosamente con los numerosos peces que se apartaban con todo respeto ante el ruidoso paso de su cucharón, porque aquello era algo mucho más grande que esos cucharones que se usan en los cuarteles para sacar la sopa, eso sí: de color azul y oro…

Trascurría la jornada sin más capturas que unas pequeñas truchitas, pienso que casualmente engrampinadas por semejante artilugio empleado, el cual iba limpiando todo obstáculo encontrado en su fluvial deambular. 

Mi desesperación iba en aumento porque en aumento iba también la ceba de la mañana. 

¡Y qué tamaño de peces se veían por todos los rincones!

 No en vano eran los años gloriosos de ese coto. 

Por el debido respeto hacia mi amigo Carlos, y en vez de mandarlo con todo respeto a tomar por la retaguardia, me “arriesgué” a señalarle una mosca de las que volaban por si con eso se iluminaba su cerrada mollera:

-Mire, Ministro, esta es la mosca que vuela en estos momentos. ¡Y vaya cebada que estamos viviendo! ¿verdad?

-¡Oiga! Déjeme de pamplinas: sabré YO lo que hay que emplear…

Me mordí la lengua para no soltarle algo parecido a lo que le dijo el Guarda Mayor a su Caudillo en un día en el cual los salmones tomaban muy profundos en el coto asturiano de Las Mestas:

-Mi General: le vengo diciendo muchas veces ya que los salmones están abajo y Usted está empeñado en pescarlos arriba. Así que ¡ahí se queda! Me voy con la Señora Carmen…

Y se marchó dejando plantado al Dictador; puedo asegurar que no fue ajusticiado… Es más, cuentan las malas lenguas que Franco se echó a reír ante el atrevimiento del ya famoso Guarda Mayor cuyo nombre he olvidado.

No tuve yo la misma suerte con el Ministro y debí permanecer callado so riesgo de recibir una severa amonestación. Mas algún ser angelical acudió en mi ayuda: junto a unos ranúnculos de la orilla opuesta asomaba el lomo en sus tomadas una señora trucha del entorno a los tres kilos. 

¡Y en esta ocasión sí la vio perfectamente!


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Este mosquero No se pone nervioso…


Aquella visión le produjo un golpe de adrenalina brutal, haciendo que perdiera toda prudencia. 

Sin medir los riesgos del lance, ciego de entusiasmo ante la visión de tal animalito (por supuesto sin darme las gracias por habérsela mostrado) el señor Ministro lanzó sobre las algas de la zona. 

Pese a tratarse de un “glorioso” cucharón azul, la maestría del Ministro no logró otra cosa que posarla con un “leve” error de unos ¡diez metros! al lugar propicio. 

Pero no se arredró el Divino “Pecador”: avanzó unos pasos río adentro, apoyándose como si fuere un leve pajarito sobre unas vacilantes raíces sumergidas poniendo en riesgo su integridad física.

-Tenga cuidado, Ministro, que está confiando en demasía de esas ramitas: hay mucha profundidad y el remojón no sería pequeño.

-¡Sabré YO lo que puedo y no puedo hacer!

Y el caso es que el Dios que llevaba reluciente en su cuello debió de dormirse y no le protegió como era de esperar. En un descuido mío, (palabra que no fue intencionado) un estruendoso chapoteo me anunció que el iracundo Ministro se estaba bañando de pies a cabeza. Durante bastantes segundos desapareció de mi vista, circundado de un millón de burbujitas de aire: sí era profundo el lugar.

No tardaron ni medio minuto en aparecer guardias civiles y guardaespaldas por todas partes. Yo, incapaz de retener la risa al ver la gorrita escocesa flotando plácidamente sobre las aguas río abajo, ataque de risa que fue creciendo al contemplar la emergencia del Ministro todo mojadito, con sus bombachos ingleses soltando el lastre de agua acumulada. Tal visión rememoró en mí a esos perros lanudos que cuando salen del agua se quedan en nada. Aun así me decidí a darle una mano caballerosamente:

-¡Déjeme, rojo, que es seguro que usted un rojo! ¡No hay más que ver tanta risita! Sé muy bien salir sólo del agua…- me gritó enfurecido.

Y no salió sólo porque un cabo de la Guardia Civil, tan redondo como Él, se lanzó con decisión patriótica a salvarlo. El resultado fue que debimos sacar a dos…

Sus acompañantes oficiales sacaron de inmediato toalla, camisa, pantalón, calzoncillos, en fin, un completo y lujoso vestuario para que su señor se cambiase allí mismo de ropajes. 

Por la prontitud del auxilio intuí que eso era algo bastante normal en el corretear ministerial por los ríos ibéricos, perdón, de la España.

No pude resistir la tentación de mirar de reojo la operación “cambio”; ver a toda una autoridad en porretas no era nada frecuente para mí, aunque sí parecía habitual para los servidores acompañantes dada la rápida eclosión de enseres oportunos: polvos de talco, colonia, peine… 

No, no creáis que mi maliciosa satisfacción estaba causada sólo por el anunciado baño, ¡que también!; se trataba del placer de asistir a una gran lección dada por el dios del Río a un ferretero, prepotente y fatuo, que pescaba sin saborear la esencia de la pesca: ¡pobrecillo!

La jornada no habría de acabar ahí, aunque parece que desde esos momentos trágicos me vi bastante relegado en mis funciones de altruista guía de pesca. 

Naturalmente que el Ministro continuó con su cucharón “antidisturbios”, ¡sabría Él con lo que tenía que pescar…! Y el dios del Río volvió a gastarle otra broma, bastante más pesada en esta ocasión y que habría de poner punto final a tan gloriosa jornada de pesca. Así sucedió.

En uno de los alocados lances que realizaba, el azul cucharón decidió agarrarse a un verde árbol de la orilla opuesta. Tirones y más tirones; palabrotas y más palabrotas, pero de ninguna manera el spinning soltaba el arbusto. Y en uno de esos brutales tirones dados con la ayuda de su cañón (parecía una caña de pescar marlines) quebró el grueso arbolito:

-¡Cuidado, Ministro!- le dije- Es mejor romper porque si suelta sería un peligroso proyectil.

-¡Otra vez Usted! ¡Déjeme que sé muy bien lo que hay que hacer!

No, no lo sabía: el árbol, ya tumbado, decidió soltar de golpe su presa y, naturalmente, el cucharón se disparó como una bala nuclear directa a su ojito, ¡por supuesto el izquierdo! El impacto fue terrible, hasta el punto que temí por un momento que el Ministro iría directo al suelo, pero no, resistió tambaleante con el artefacto colgando del párpado. 

Nueva eclosión de guardias civiles y guardaespaldas, esta vez asustados seriamente por la situación; todos gritaban enloquecidos y daban continuas opiniones sobre la mejor manera de proceder. Yo, todo solícito y conocedor de la manera de sacar anzuelos del cuerpo de compañeros, me ofrecí a solucionar el caso:

-¿Es Usted médico?-me gritó con un ojo enrojecido por la ira (el otro lo tenía cerradito…)

-No, no señor, pero he quitado muchos anzuelos en mi vida.

-¡Apártese de ahí!- gruñó como un perro rabioso, al tiempo que sujetaba el cucharón para que no le rozase el cristalino. 

Se le había clavado, para su suerte, en el párpado sin tocar parte alguna delicada.


Epílogo: 

Lo trasladaron casi en volandas al hospital de León donde ningún médico se arriesgó a tocarlo. 

Así, con su cucharoncito azul colgando, el Ministro fue trasladado a Madrid en un helicóptero oficial.

No perdió el ojo, pero sí una maravillosa ceba del mes de julio. 

Lo que nunca supo tan docto pescatero es que yo le habría sacado el anzuelo en unos breves minutos.

Descanse en paz.


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                                  Bambú.

viernes, 16 de agosto de 2013

EN BUSCA DE … PERLAS …

          Tanto disfrute de la anterior jornada de pesca que le propuse a mi compañero repetir.

La fortuna nos acompaño y a un par de días de cerrar la temporada hubo opción a poder pescar un nuevo tramo muy cercano al anterior.


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Ni que decir tiene que no desaprovechamos la ocasión.

Tenía claro como quería pescar. Buscaba pescar con imitación de grandes perlas y para ello, lo primero detectar si en este nuevo tramo las había.

Fue sencillo descubrir varias entre la maleza de la orilla. 

Curiosamente pese a que tenían un tamaño parecido (hermosas perlas para montar en un anzuelo del 10) tenían una librea un tanto diferente, de un color marrón clarito, más rubias. 

Cosa que me llevo a opinar pese a mi nulo conocimiento que se trataba de una especie diferente a la de la jornada anterior, notoriamente mucho más oscuras.


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Sea como fuere la pesca con imitación de grandes perlas estaba garantizada y aventuraba buenos resultados con ella.

Lo cierto es que pescar en un abrasador mes de julio, un precioso rio de montaña rodeados de sombra y frescor es una gozada, si aditamos buena compañía y una gran población de preciosas pintonas la cosa forma un círculo perfecto.


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En esta ocasión la cosa pasaba por buscar truchas de mayor porte y, para ello pescábamos enclaves donde otrora Nacho había conseguido capturarlas, dejando de lado, a mí pesar, ciertas posturas atractivas.

-No Paco, no pesques esas corrientes que ahí solo salen “pisquis”-

-Joder. Es que tienen una pinta estupenda-


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Comencé fallando muchas, pero muchas de las picadas, y aun no me explico el porqué, quizás la premura ante un ataque brutal a la imitación de perla, fácil que las primeras diez picadas las fallara.

Tras plantearme la acción modere el clavado, lo hice mas lento y menos abrupto.

Con ello empecé a clavar con mayor acierto, al punto que la cifra de las capturas se elevaba a gran velocidad.


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Fue una mañana de pesca intensa, grandes sensaciones, satisfacciones y capturas.

No es habitual pescar con imitaciones de moscas tan puntuales y menos aun conseguir notoria cifra de capturas con ellas, en esta ocasión así fue para placer y disfrute de quien relata.


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Si la mañana la tuve yo como protagonista, la tarde fue el momento para que Nacho se empleara en acción de pesca, confiando en sus vivencias y propias moscas anudo al bajo la consabida Royal que tan buenos resultados le da y tanta confianza la tiene.


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Es así como disfrute observando el buen hacer de Nacho por su rio, como, conocedor del escenario donde pescábamos lanzaba sus moscas a lugares muy concretos en busca de truchas de mayor porte.


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El resultado son dos jornadas de pesca memorables, pescando con imitación de grandes perlas, en un precioso rio de montaña y compartiendo sensaciones con un gran mosquero.

Son jornadas como estas, con grandes vivencias donde se fraguan amistades y compañeros importantes.


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El rio. Siempre el rio. La pesca a mosca. Siempre la pesca a mosca. 

Fragua sobre la que templar duros aceros al punto de hacerlos irrompibles.



               LasmoscasdePaco.

lunes, 12 de agosto de 2013

TRAS LA LLANURA, DE NUEVO LA MONTAÑA…

          Trotarios que es uno. 

Y tras unas jornadas de pesca en ríos calizos, cambio de aires y espacios. Vuelvo a la montaña, a ríos de torrentes que lo son menos tras cruzar el umbral del estío.

Atrás quedo la sabina y la encina, allá quedo el lirio, el junco y las ovas en los ríos.


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Vuelvo al pino y al helecho, al melojo y al espino. A la roca y al granito.

Y sin embargo nexo en común.

 El rio, el rio de bravas truchas capaces de adaptarse a diversidad de ambientes con tal de tener aguas puras y oxigenadas.

Toca trocar papeles y si en el calizo fui cicerone con Nacho, en esta ocasión es él quien me muestra el encanto de un precioso rio que le tiene maravillado. 


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Lujo de llevarle de guía, que me muestre sus rincones preferidos, allá donde la pintona mora. 

Y es que entre mosqueros fetén no queda aquello del hurañismo y el secreto. 

Eso queda para personajillos que piensan que todo el mundo ralla en su propia catadura moral.

-Paco, has venido bien provisto de Royal?? Aquí ésa mosca triunfa-


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-No te preocupes que Royal no me faltaran-

Y con ella, con la Royal, afronto los primeros lances de la jornada, lances que en breve son premiados con el ataque de la prima pintona que no hace sino prever una buena jornada de pesca a mosca asaz de capturas.


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Afrontando una nueva postura me encuentro cuando observo el vuelo de una hermosa perla, mi atención torna en su busca y en la piedra donde se poso, una preciosa perla que cual interruptor activado cambia el chip de mi intención de pesca.


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Nacho, mira que hermosa perla se ha posado en esta roca-

-Si, por aquí salen muchas-

-Pues hay que pescar con imitación de ellas-

-Yo aquí casi siempre con la Royal, ya te he dicho-

Para mayor acicate una nueva perla cae a las aguas y rayando la superficie intenta atravesar el cauce para meterse en la maleza de la orilla de enfrente.

Intento fútil, antes de llegar a su destino una trucha se ceba a ella brutalmente.


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Ya no tengo ninguna duda de que hoy pescare con imitaciones de grandes perlas y trotones.

Hermosos montajes montados en anzuelos del 12 o del 10 de tija larga que asombran por su tamaño a mi compañero.

Ato una perla con alas en punta de pluma y lanzo con ella a la espumas de cabecera de una pequeña pocita.


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La mosca cae en las espumas y, tras rebasarlas y llegar a corriente moderada es tomada en brutal cebada por una bella trucha. 

Un ataque furioso, fulgurante y sin recelo al que respondo con segura clavada. 

Las truchas son bravas, están fuertes y pese a su tamaño contenido pugnan en dura lucha por liberarse del artero acero y escapar. 

Mas es en vano y pronto se encuentran con la negra malla de la sacadora.

Desanzuelarla y acaso una rápida fotografía para de nuevo liberarla a las aguas que son su morada.


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-Nacho, ahora te toca a ti, toma ata una de estas moscas-

Y le ofrezco un montaje de perla que ata a su bajo. 

Va posando la mosca en preciosos tramos de rio, en lugares contrastados por muchas jornadas de pesca, no hay más que verle para determinar que pesca posturas muy concretas.


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Lances a veces bastante complicados, donde el estudio de la postura determina el tipo de lance, corto, entre abrupta maleza, de poco recorrido. 

Un lance, apenas tres segundos la mosca en el agua y un nuevo lance.

No podía ser de otra forma y, pronto sus lances son premiados con la captura de una nueva trucha que toma rauda la imitación de perla. 

Con lo que el placer es triple. 

El de realizar un lance complicado, el de pescar con una hermosa mosca de utilización muy puntual, y el que el compendio de todo el buen hacer se refleja en el premio de la captura de una bella pintona.


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De nuevo mi turno, de nuevo pequeñas pocitas de corrientes rabiosas donde realizar lances, lances que a mas decir también tienen su complicación, donde sobra la distancia pues los lances son más bien cercanos, abunda la puntería, el colocar la mosca en el punto exacto para una deriva de corto espacio y redundar en el lance. 

Quizás lo bueno es que pescando estos escenarios con imitaciones de perlas el dragado de la mosca no es impedimento sino más bien acicate para que la mosca tome el engaño.


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El rio, un precioso rio de montaña que baja saltando encajonado por piedras y rocas graníticas.

Pequeños espacios, pequeñas corrientes donde realizar mil y un lance con una hermosa imitación de perla con la que engañar a bravas pintonas que pese a su tamaño contenido ofrecen brava lucha desproporcionada con su tamaño.


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El rio, el enclave de mi compañero Nacho que fragua si cabe, mayor amistad y camaradería entre ambos. 

El rio, escenario donde demostrar todas esas tesis que mil veces hemos comentado en largas charlas invernales donde en mucho coincidimos y en tanto diferimos, mas pese a ello existe un nexo en común, la pesca, la pesca a mosca y la forma de entenderla.

Y todo ello, toda aquella teoría se plasma en el presente en la realidad del rio.

Moscas, montajes, lances, formas de afrontar, posicionamientos, derivas, posadas.


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La jornada finaliza, ahítos de capturas y cansados de tantos lances realizados, con grandes espacios en nuestras cajas de moscas, pues las pérdidas sufridas han sido numerosas.

Sin lugar a dudas una de las jornadas de pesca de esta temporada que por ahora mayor huella ha dejado en mis recuerdos mosqueros.


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Agradecido, Nacho Lozoyero, por dejarme compartir tu maravilloso rio, tu compañía y tú saber mosquero.



             LasmoscasdePaco.

miércoles, 7 de agosto de 2013

UN LANCE MOSQUERO…

          Hay jornadas de pesca que recordamos especialmente por determinadas anécdotas. 

Bien por el entorno, bien por los compañeros mosqueros bien por acasos, incluso por la mezcla de unos u otros factores.

Sucedió en la jornada que, al llegar al rio Juanma y yo dividimos tramos y pescamos alejados uno de otro.

Yo me dispuse a pescar un tramo de corrientitas conocido hace ya mucho tiempo.


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Justo por debajo de las corrientes existe una profunda poza y su cabecera es una pequeña cascadita de aguas donde gusto de comenzar la jornada de pesca.
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Tras la cascada suelo montar cañas y aperos y de paso observar el entorno para decidir que mosca anudar al bajo de línea.

Pasaron hace un par de semanas las eclosiones importantes de Dánicas y Vulgatas.


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Empero no hay más que observar plantas y yerbas de las orillas para encontrarte una buena cantidad de pérlidos (isoperlas creo) y determinar que una imitación del susodicho insecto puede ser acertado para atraer a alguna de las truchas que pueblan el tramo.


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Tras la observación y montaje de equipo me dispongo a comenzar a pescar.

En la lámina de agua tras la caída de la cascada observo una buena cantidad de hermosos barbos correteando unos tras otros, esto no es bueno para nuestros intereses, pues los barbos con sus correrías desplazan a las truchas de sus posturas.


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Sombras negras en la zona donde las ramas bajas del árbol orillado se introducen en el agua, que es postura conocida de buenas capturas.

Lances infructuosos a dicha zona, mas los barbos estropean la postura.

Debo cambiar de lance, lanzar hacia la derecha a una zona de aguas menos profundas donde, al segundo lance una pequeña trucha sube a mi mosca y atrapo sin ninguna dificultad.


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Mientras estoy devolviendo la captura a su medio y recomponiendo y secando la mosca observo la cascada, observo el danzar de los barbos acá y allá.

De repente, de las mismas aguas canosas de la cascada surge un pez de tonos rubios y se desplaza a aguas mansas, apartando a un lado y a otro a los danzantes barbos.

Una hermosa trucha que, tamaña debe ser para quitar de en medio a los bigotudos.

Se posiciona en el blando de aguas tras las ramas del árbol, justo delante de la “uve” que forma la corriente y el escalón de rocas que determinan aguas más profundas.


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Sé que no puedo fallar, que me encuentro muy cercano a ella y que cualquier brusco movimiento la alertara.

Realizo un lance concreto y efectivo, no es un lance lejano mas sé que no tendré otra oportunidad. 

Aquí la experiencia del mosquero es fundamental. 

Un único lance posando con delicadeza metro y medio por delante de donde se encuentra la trucha, no hay opción a enmienda y, falsa modestia aparte, no hace falta.


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La mosca posa donde debe y como debe. 

Deriva lentamente por las aguas. 

Ya al caer a las aguas la trucha da síntomas de actividad, acaso un coleteo un mover de cuerpo sinuoso.

Cuando la mosca está en su vertical asciende glotona a tomarla, con franqueza, subir, abrir las fauces y tragar la mosca.

Son segundos, no, son decimas de segundo que se hacen interminables. 

Cuantas veces viendo como las truchas toman hemos clavado anticipadamente y hemos sacado la mosca de su boca.

Más esta no es la ocasión. 

Espero a que cierre la boca, espero a que se sumerja y, es entonces cuando clavo, con firmeza pero sin brusquedad.

Y al clavar noto como el anzuelo prende en las fauces de la trucha y noto el peso y fuerza de la misma. 

La caña se comba arqueándose mientras tiro de la línea para tensarla.


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La trucha se dirige rauda al perdedero, izquierda de la cascada, a la broza y ramaje. 

Yo corto de raíz su intención, la meto en plaza y pugno porque la lucha sea en aguas limpias en el centro de la poza.

Busca un nuevo perdedero, el introducirse bajo la cascada, a buen seguro que con solapa para liberarse del hierro que la aprisiona.

Y de nuevo pongo en lid el máximo de la calidad del equipo que porto, la acción de la caña, la resistencia del bajo (un bajo de terminal del 0.18).

Hay un momento de máxima tensión donde la fortuna decanta hacia un lado u otro el fin de la batalla. 

En este caso se determina hacia el lado del pescador, la trucha gira y vuelve al centro de aguas mansas. 

No está todo ganado, pero en ése mismo instante supe que yo ganaría.

La trucha sigue arremetiendo, dando arreones hacia un lado y otro, pero cada vez hay menos línea entre ella y el pescador.

Chapotea por encima de las aguas, pero la tensión del hilo no afloja.


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Pienso que puede ser el momento. 

Bajo la caña mientras recojo línea con la mano, tras ello elevo la caña, ésta se arquea y la tensión obliga a acercarse a la trucha que pese a ello pone empeño en resistirse.

Es momento de ensalabrar, la sacadora esta bajo las aguas, tras la trucha, esta se va acercando pese a ofrecer resistencia y, cuando llega a distancia oportuna, alargo el brazo y en dicha acción la trucha se introduce en la sacadera.

La trucha apresada coletea inútilmente. 

Gracias a la acción efectiva y sin fallos he recortado mucho la lucha y esto es beneficioso para ella.

Lleva clavada la mosca en la quijada, segura. 

Desclavo el anzuelo y con máxima rapidez realizo un par de fotografías de tan bella pintona.

Aun queda la satisfacción de la suelta de nuevo de tan bello oponente a su medio, la introduzco en las aguas, un leve movimiento meciéndola delante y detrás y sinuosamente se aleja de mis manos para perderse de vista en las aguas profundas y movidas de la cascada.


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El corazón aun me late agitado, las sensaciones vividas están presentes. 

Me encuentro genuflexo en las aguas, paladeando con placer el lance vivido. 

Mi mano y brazo aun recuerda la fuerza y bravura de tamaña captura.

Sigo absorto, observando el punto donde perdí de vista a mi oponente, asaz de satisfacciones y placer.

Tras un buen rato salí de mi ensimismamiento y decidí proseguir aguas arriba con la jornada de pesca.


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La pena fue que al realizar las fotos subacuáticas la cámara de fotos se me estropeo y no pude realizar más fotografías de dicha jornada de pesca.

Podría proseguir contando anécdotas y capturas sucedidas en dicha jornada, mas falto de fotografías que lo testifiquen prefiero dejarlo para mí y mis más allegados.

Mi compañero de pesca es testigo de la cara de satisfacción que llevaba cuando nos encontramos al final de la jornada y, dicha cara vale más que mil palabras…



                  LasmoscasdePaco.

sábado, 3 de agosto de 2013

EL AÑOSO FRESNO…

No sé la edad que tiene, ciertamente yo le recuerdo de toda la vida.

Hace ya varios años le cayó un rayo, le desgajo y le dejo una apariencia más bien fantasmal, empero no pudo con él.

Sus raíces se afianzan en la misma orilla del rio de las Xanas, incluso en época de crecidas las aguas le rodean.

A sus pies existe un buen lance y postura de pesca, donde en innumerables ocasiones he conseguido preciosas capturas.


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A principio de temporada le veo desnudo de manto, tan solo retorcidas ramas que sirven de posadero de aves.


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Incluso a mediados de temporada, en una zona tan fría acaso asoman incipientes hojas y yemas de hojas, savia que perezosamente asciende por un ajado tronco.


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Ya a finales de temporada, con los calores estivales se viste de verdes hojas, se engalana y pugna por lucir caprichosa hermosura.

Es testigo mudo del paso de muchos mosqueros y, personalmente es testigo de muchos de mis lances con mayor o menor acierto.

Yo le tengo un especial cariño. 

Siempre que acudo por allí a pescar me acerco a observarle, a admirarle y a pedirle cual tótem de dioses que me aventure una fructífera jornada de pesca. 


                         LasmoscasdePaco.


FRAXINUS ANGUSTIFOLIA … FRESNO DE HOJA ESTRECHA


     Los fresnos pertenecen a la familia de las Oleáceas, a la que también pertenen el olivo, Olea europea, aligustre, Ligustrum vulgare, y el jazmín, Jasminum fruticans.


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En la península Ibérica existen tres tipos de fresnos, el más común es el fresno de hoja estrecha, Fraxinus angustifolia, el fresno norteño, común o grande, Fraxinus excelsior y el orno o fresno de flor, Fraxinus ornus. 

También existe un cuarto tipo el Fraxinus excelsior ssp. oxicarpa que parece ser una población intermedia entre Fraxinus angustifolia y Fraxinus excelsior.

Fraxinus angustifolia ocupa el oeste de la región mediterránea, en la península Ibérica es el más extendido ocupando todas las provincias de clima mediterráneo, alcanzando por el norte hasta los valles inferiores de los Pirineos y sur de Galicia.  

Fraxinus excelsior sustituye en casi todo el norte al anterior, Galicia, Asturias, Santander, país Vasco, Pirineos y parte de Castilla y León.  

Fraxinus ornus habita el sur de Europa y Asia occidental, en l a península ocupa las montañas de Levante, Sierra de Corbera, Montgó; penetrando en la provincia de Cuenca, aunque no se sabe si de forma natural.

En este espacio nos ocuparemos fundamentalmente del Fraxinus angustifolia.


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Es un árbol de unos 18 metros de altura que en condiciones favorables puede llegar a los 25 metros. 

Las hojas del fresno son compuestas e imparipinnadas, formadas por un número impar de foliolos, de 3 a 13. Las hojas son opuestas, es decir se sitúan una frente a la otra. 

Los foliolos son lanceolados, en forma de lanza y tienen el borde aserrado. 

Las flores que salen al principio de la primavera, forman ramilletes y carecen de pétalos y sépalos teniendo dos o tres estambres y el pistilo. 

El fruto que es una sámara, tipo de fruto en el que se desarrolla un ala; en el caso del fresno el fruto va en medio. 

Este tipo de fruto es así para ser transportado fácilmente por el viento. 

Las yemas son de color marrón claro, mientras que las de Fraxinus excelsior son negras.

El tronco es corto y grueso. 

De corteza más o menos grisácea, que tiende a formar una especie de retículo.

Es típico de los bosques de ribera y en los fondos de valle con suelo fresco y nivel freático elevado. 

Estas fresnedas se sitúan en terrenos silíceos. 


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Sin entrar en fitosociología, con el fresno podemos encontrar chopos, sauces y alisos.

Las fresnedas típicas de montaña presentan los árboles desmochados, formando una especie de dehesa o también formando setos.

Su madera es resistente y elástica, se emplea en ebanistería, para elementos curvados de muebles y embarcaciones. 

También para mangos de herramientas. 

Proporciona buena leña y carbón. 

Sus hojas son utilizadas como alimento para el ganado, de ahí el desmoche tan característico de las fresnedas. 

Era típica su utilización para hacer carretas.

No entro a detallaros usos medicinales tradicionales por parecerme que carecen de cualquier veracidad científica, pero si voy a contaros una curiosidad, que menciona Pío Font Quer en su libro “Plantas medicinales. 

El Dioscórides renovado”, dice Plinio sobre las hojas de fresno “empero son también valeroso remedio contra el veneno de las enconadas serpientes, y tanto, que en todo lo que puede ocupar su sombra nunca se ve jamás animal venenoso, lo cual se prueba por la experiencia. 

Porque si dentro de un cerco hecho con hojas de fresno pusiéranse en la una parte alguna serpiente, y en la otra brasas muy encendidas, la serpiente se allegará más al fuego que al fresno…”. 


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Por último deciros que la mayoría de las moscas que me dejo en los árboles me las dejo en los fresnos, no sé porque pero debe ser por la resistencia de las ramas, cuando tiro del hilo parto con mucha más facilidad que con otros árboles, por ejemplo; las sargas. 

¿Os pasa también a vosotros?



            Francisco José Vázquez Cea